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Ayer se abrió en la Comisión de Asuntos Electorales del Congreso un espacio para que las organizaciones sociales, tanques de pensamiento y público en general opinen sobre una propuesta de reforma electoral. Sin duda, esta propuesta entra en un momento político bastante complejo y trata de ser una respuesta institucional a la crisis de legitimidad y representatividad que vive el sistema político, en su conjunto.
En ese contexto, varias inquietudes rondan en el ambiente, principalmente porque las expectativas que la ciudadanía ha depositado en esta reforma son altas y bastante claras. La más evidente es transformar el modelo de partidos políticos que no ha dado los resultados que necesitamos. El sistema de partidos políticos se caracteriza por ser inestable, sin identidad ideológica, ni unidad partidaria, débil identificación de los afiliados, y una nula confianza de parte de los ciudadanos, que no se identifican con los líderes partidarios y candidatos.
Por ello, la transformación de las organizaciones partidarias pasa por cambiar muchas de las prácticas nefastas que las han debilitado e implementar la democracia interna. Evitar, por ejemplo, que la participación en un partido, como dirigente partidario o candidato a un puesto de elección pública (alcalde, diputado, presidente) esté condicionada a cuánto dinero puedo aportar a la campaña política o a la estructura partidaria. Si no, que las posibilidades de participar en un partido y ser candidato pasen por considerar criterios de capacidad, trayectoria política y honorabilidad.
O evitar que los partidos sean tan centralistas y autoritarios en las decisiones partidarias. Unos cuantos, regularmente los dirigentes nacionales con algunos departamentales, tiene el control absoluto del partido. Ellos son los que regularmente deciden que hace y no hace el partido, en que municipio y departamento el partido tendrá organización legal inscrita en el Tribunal Supremo Electoral, así como las listas de las candidaturas.
Esa es la razón por la que los guatemaltecos no nos sentimos cerca, mucho menos representados por los partidos, las decisiones de los partidos las toman unos cuantos, y lo hacen no pensando precisamente en las necesidades de la población, sino con otros criterios para alcanzar cuotas de poder y beneficiarse, en muchos casos de manera ilegal a través de la corrupción, el clientelismo y el nepotismo. Y eso tiene cansados a muchos que no toleramos la manera en que descaradamente pisotean a las instituciones públicas. Claro, el impacto directo lo tenemos los ciudadanos con los pésimos servicios públicos, entre otros problemas que enfrentamos como la inseguridad y la violencia.
Los partidos tienen una deuda con el país, porque, si bien han sido una parte importante del problema, ahora pueden cambiar y pasar a ser parte de la solución mostrando una plena voluntad para impulsar, en este proceso de reforma electoral, un genuino proceso de transformación partidaria. La ciudadanía está cansada de chapuces y de que le vean, como dirían en la calle, la cara con reformas sin sustento y que, además, no cambian nada. Por eso, los partidos tienen una importante oportunidad y no deberían desaprovecharla.
La transformación de los partidos pasa por implementar mecanismos de democracia interna para darle al afiliado poder y decisión real en las organizaciones partidarias, para que tenga sentido participar en ellas. En estos momentos los afiliados terminan siendo un número más para cumplir con los requisitos que exige la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) y no están involucrados en las decisiones. Por eso el corazón de la reforma electoral, si queremos partidos más legítimos y representativos debe ser la democracia interna. ¿Qué opina usted?
“La transformación de las organizaciones partidarias pasa por cambiar muchas de las prácticas nefastas que las han debilitado, e implementar la democracia interna”.
“Los partidos tienen una deuda con el país, porque, si bien han sido una parte importante del problema, ahora pueden cambiar y pasar a ser parte de la solución”.