“Es necesario promover espacios de diálogo entre los actores políticos y de la sociedad civil para alcanzar acuerdos sobre los objetivos de la reforma”.
Las campanas de una nueva reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) empezaron a sonar en los pasillos del Congreso de la República. La reforma al sistema político se ha exigido desde varios espacios con el propósito de solucionar la crisis de representación y legitimidad que está enfrentando el sistema. Sin duda, cada día se hace más necesario el cambio.
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No obstante, aún no hay claridad en qué tipo de cambios queremos impulsar. Es decir, los objetivos que deben guiar la iniciativa de reforma no están claros. Para algunos, hay que promover la institucionalización de los partidos políticos, para otros generar mecanismos que permitan la incorporación de “nuevos actores” al escenario político, vía partidos departamentales, o bien, modificar los distritos electorales y la forma de elección de los diputados para mejorar la representación en el Congreso, y así sucesivamente hay una serie de objetivos que rondan en el ambiente.
En ese contexto de demandas dispersas, resulta importante que nos tomemos un tiempo para discutir y alcanzar acuerdos sobre qué tipo de sistema electoral y de partidos necesita el país. Una vez esté resuelto el dilema y tengamos claridad en los objetivos de la reforma, viene la parte entretenida de explorar las posibilidades para determinar cómo vamos a alcanzar lo que queremos y mediante qué mecanismos.
Evitemos los errores del pasado y no construyamos iniciativas de reforma que incorporan tantos elementos que terminan siendo un fiambre, sin norte ni objetivos. Impulsando proyectos que no tienen lógica, articulación y visión estratégica, y que terminan empeorando los problemas del sistema.
Por ello, es necesario promover espacios de diálogo entre los actores políticos y de la sociedad civil para alcanzar acuerdos sobre los objetivos de la reforma y la manera en que se alcanzarán. El éxito de la nueva reforma electoral está directamente relacionado con la capacidad que tenga la iniciativa de responder a las necesidades más sentidas de la sociedad.
La legitimidad y el respaldo que logre acuerpar la iniciativa son, en este momento, recursos políticos necesarios y útiles para darle viabilidad a la reforma. Evidentemente los diálogos y la discusión deben, a diferencia de lo que ha sucedido en el proceso de reforma constitucional, evitar caer en la dinámica de confrontación sin sentido, la desinformación malintencionada y la oposición irreflexiva. Esas condiciones no construyen, desgastan y nos entrampan en discusiones interminables que detienen el proceso de aprobación.
Hasta el cansancio se ha expresado que necesitamos reformar el sistema y que esto permita atender la crisis de representación que vive el sistema político. La reforma es necesaria pero no suficiente. Además de los cambios normativos al diseño institucional, necesitamos que la participación política apegada a valores y principios democráticos desplace a la política corrupta de transas y negocios. Una nueva propuesta de reforma electoral se está asomando en el horizonte. ¿A qué le debe apostar?