Opinión

¿Cuándo nos libraremos de tantas tristezas?

"Las noticias nos relatan diariamente los asesinatos que escriben con sangre sus crónicas de espanto".

Las tristezas de la vida. Las tristezas que se vuelven colectivas y que indignan a lo grande. Las tristezas que nos delatan como seres humanos, si nos afectan, o como antihumanos, si nos muestran como insensibles al dolor ajeno. Las tristezas que desnudan al Estado en sus eternas carencias. Las tristezas que pintan de cuerpo entero a una sociedad enferma y cínica. Nunca conocí a Brenda Domínguez, la adolescente que perdió la vida por el atropello automovilístico de un joven que no supo controlar su ira frente a un grupo de gente que no le permitió su libre locomoción (¿Cómo se habrá sentido luego de arrollar a la menor? ¿Cuántos segundos después de pasarle el carro encima se habrá dado cuenta del crimen cometido? ¿Se habría atrevido a semejante desaguisado si, en vez de colegiales, hubiesen sido adultos los manifestantes? ¿De verdad habrá querido irse del país para poner tierra de por medio entre su “momento Lucifer” y una página nueva de su existencia?). Este no es un hecho aislado. No se trata de un loco suelto que es excepción en una ciudad acoquinada por el estrés de la violencia excesiva, de la corrupción insaciable y del desprecio por la gente.

Jabes Meda se llama el sujeto que perdió la cabeza, los estribos y la razón en un segundo infernal que lo marcará para siempre. Él es solo uno de los personajes de esta descomunal tragedia. Porque hay otros. Otros que sufren incluso más. Que perdieron más. Que llorarán más. Jabes arruinó la vida de Brenda y las de quienes la amaban. Arruinó su propia vida, así como la de sus familiares. Arruinó la vida de los docentes que resulten salpicados por el caso, pues sacar a menores a manifestar a una calzada tan concurrida como “la San Juan” no se explica casi con nada. Arruinó la vida de los compañeros de Brenda, que llevarán por muchos años el trauma de aquella infausta tarde en la que decidieron, quién sabe bajo qué influencia o inspirados por quién sabe qué desesperaciones, salir a exigir sus derechos. Y arruinó de nuevo lo que de tan arruinado ya casi no puede arruinarse más: la bajeza de quienes justificaron en redes sociales o de viva voz la acción iracunda y desproporcionada que quedó registrada en un escalofriante video. Y eso me lleva a una desalentadora conclusion: quienes aplaudieron o tan solo aprobaron lo hecho por este joven de 25 años en realidad hubieran querido ser él. Hubieran amado haber ejecutado tan cruda y asesina ofensa. Hubieran adorado aplastar a un grupo de personas y reivindicar así esa rabia que les sirve de combustible (literalmente) para existir. Esos mensajes que respaldaron a Jabes Meda sublimaron sus no tan escondidos deseos de odio y sus permanentes fantasías de malquerencia. A sus autores les fascinaría, no tan en el fondo, protagonizar un episodio similar en cualquier otro bloqueo. Y no sé qué será peor: si que se descaren y que lo digan con tanta frialdad, o que simplemente se lo guarden en la agazapada barbarie del silencio (A todos nos han fastidiado alguna vez las manifestaciones, sobre todo cuando estas detienen el tránsito en vez de solo ejercer el sagrado derecho de pronunciarse públicamente con una caminata pacífica en un solo carril de la vía. Y molesta arribar tarde a la cita, perder el vuelo o llegar con retraso al trabajo. Pero nada, absolutamente nada, nos da derecho a cometer un acto tan irracionalmente perverso.). Un accidente puede ocurrirle a cualquiera. Un descuido al conducir, por ejemplo. Un arrebato originado en la prisa. Una distracción en un rojo del semáforo. De ahí los atenuantes que en materia de tránsito contempla la ley. De lo que se sabe hasta ahora, sin embargo, lo de Jabes Meda no encaja en esas figuras. No cuadra en esas descripciones. La justicia tendrá que hacer lo suyo con este joven. Y si pasa 15 o 65 años en la cárcel, no vivirá en un lecho de rosas, incluso en este nuestro sistema penitenciario donde todavía, cuando hay dinero, se compran privilegios. Por ello, más que advertir a los que bloquean calles y carreteras, lo cual debe reconsiderarse en términos de respeto por el prójimo, esta acongojante historia debe traer consigo una lección para quienes se creen todopoderosos cuando van al volante o para aquellos que suspiran por los tiempos en que matar al inconforme y al rebelde era la norma. Las tristezas de la vida. Las tristezas que se vuelven colectivas y que causan indignación. Las tristezas que nos delatan como seres humanos, si nos afectan, o como antihumanos, si nos muestran como insensibles al dolor ajeno. Las tristezas que desnudan al Estado en sus eternas carencias. Las tristezas que pintan de cuerpo entero a una sociedad enferma y cínica. No hace ni dos meses ocurrió el horroroso incendio en el Hogar Virgen de la Asunción.

Las noticias nos relatan diariamente los asesinatos que escriben con sangre sus crónicas de espanto. Muchas víctimas son jóvenes. Colegiales. Púberes. Patojos de mochila. Niñas de falda a cuadros. Como Brenda Dominguez. Desde el fondo de sus esperanzas, con un nudo en la garganta, este país se pregunta: ¿Cuándo nos libraremos de tantas tristezas?

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