El 89 por ciento de la gente sufre de estrés. Me lo dijo el doctor Rodolfo Rossino, un cardiólogo que se ha dedicado a estudiar el tema durante años y que ya publicó un libro al respecto. Por cierto, la idea de escribirlo se le ocurrió precisamente durante un embotellamiento de tránsito. De esos desesperantes que, casi a cualquier hora, nos desquician con sus interminables filas de automóviles.
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Enero es el mes en el que las tensiones vuelven. Pasados los convivios, la vida aprieta del cuello a quienes habitamos una ciudad como la capital y nos reta sin misericordia con el ritmo de la angustia. Infinidad de tarjetas de crédito están acorraladas con las deudas. El regreso a clases acoquina. Las compañías empiezan a desarrollar sus planes y reclaman más de sus colaboradores. Es dos palabras, la realidad. Lo dramáticamente normal. El desafío diario.
El año será muy tenso para el país. No hay por dónde evitarlo. El proceso de depuración del sistema lo exige. La duda es si la ciudadanía podrá comportarse a la altura de las circunstancias. Hay demasiado en juego para múltiples poderes. Y ya se vio que pelearán hasta el final para conservar sus privilegios, o bien para recuperarlos. De ahí la incidencia tan significativa que el estrés tiene en nuestra lucha por salir adelante. Aunque parezca exagerado el argumento.
He sostenido desde siempre que nuestra clase media suele vivir por encima de sus posibilidades reales. Asimismo, que quienes la integramos solemos tener uno o dos (hasta tres) hijos más de los que podemos sostener.
El asedio de la publicidad nos agobia hasta el punto de crearnos la “necesidad” de la competencia. Y rara vez somos organizados para administrar nuestro tiempo y lograr así un balance entre las aspiraciones individuales y aquellas que son colectivas. Lo cual trae consecuencias directas y trascendentales en la participación ciudadana, que resulta vital para presionar a los tomadores de decisiones y no permitirles que se acomoden y que así posterguen lo que urge.
El Congreso no camina si no es por medio de exigencias concretas y estructuradas. Incluso con estas cuesta que cumpla. Lo afirmó en una entrevista la semana pasada su aún presidente Mario Taracena. Y aclaro que hablo de exigencias concretas y estructuradas que sean legítimas. Porque de las otras, sobran. Me refiero a las que apelan a los recursos más burdos.
La justicia, por ahora, solo funciona de esa manera. Cuando lo hace. Porque ella también adolece de tortuguismo y de zancadillas selectivas. Y sufre de algo que es muy duro de sortear, es decir, la lógica perversa que prevalece. Esa que se basa en que enemigo de mi enemigo se vuelve mi amigo, aunque no me simpatice. Aunque seamos antagónicos. Aunque nos odiemos. Mariscal Zavala detesta a Iván Velásquez. Abomina a Todd Robinson. Rechaza a Thelma Aldana. Algunos empresarios, también. Asimismo, varios columnistas. E infinidad de diputados, alcaldes, exdiputados, exalcaldes, abogados, médicos, constructores y cualquiera que tema ir a la cárcel por algún saqueo cometido.
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Cada vez que surge la posibilidad de debilitar al Ministerio Público o la CICIG, hay un coro muy diligente que canta al unísono para que la falla, real o supuesta, se vuelva estruendo. Hasta se importan críticos para que contribuyan con el ataque. Son usuales y estridentes los ejemplos de eso. Donald Trump anuncia que todos los embajadores nombrados políticamente por Barack Obama se van el 20 de enero y hacen fiesta. Y cuando se enteran de que el principal representante diplomático del imperio es de carrera, se encolerizan. Y maldicen. Y patalean.
La intervención seguirá con cualquiera que venga a girar órdenes desde la Avenida de la Reforma. Y mientras en Guatemala no se logre el acuerdo mínimo para que la lucha contra la impunidad sea la auténtica base para un país nuevo, las histerias ideológicas continuarán haciendo ruido y sirviéndoles a los corruptos. No podemos apostarle solo al súbito interés por la región que hoy día tiene la gran potencia del planeta para lograr dar el paso. Los cambios reales no los va a alcanzar Estados Unidos por medio de sus procónsules ni la Comunidad Internacional con sus comisiones anti impunidad. Ciertamente, nos han ayudado mucho a arrancar el motor del cambio. Pero solo nosotros, los verdaderos interesados, podremos sostener a largo plazo lo que empezó el 16 de abril de 2015.
En dicho proceso no ayuda nada el mandatario Jimmy Morales. Su intrascendencia es atentatoria contra la inspiración ciudadana. Y los fallos garrafales en su comunicación política lo condenan al aislamiento y al desdén. Este año será decisivo para él, si quiere dejar un legado. Y, aunque se ve difícil, dispone de algunos ministros que pueden apuntalarlo para que lo intente. Su caso pasa también por el tema del manejo sabio de sus presiones. Solo podrá lidiar con ellas cuando decida asumir sus limitaciones y escuchar a los consejeros correctos.
En cuanto a la gente, vuelvo al estrés. El psicólogo Marcus Rivera explica que cuando alguien aduce que no tiene dinero ni tiempo para hacer ejercicio, lo que usa es un “mecanismo de defensa” para evitar proceder con lo que le beneficia. Contradictorio, ¿no? Eso puede aplicarse a la ciudadanía. “No tengo tiempo ni dinero para ejercerla”. Es otra manera de decir que no existe interés. Y de eso se aprovechan los poderes que no descansan en defender sus privilegios o en tratar de recuperarlos.
El año será muy tenso para el país. No hay por dónde evitarlo. Aquí está 2017.