“Sin embargo, tampoco se visualiza ningún candidato natural que renueve el paisaje de las esperanzas. Los partidos no logran intermediar de manera efectiva los anhelos de la población”.
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Luego de ver el deslucido debate del pasado domingo entre los dos aspirantes a la Casa Blanca, uno tiende a preocuparse acerca de la actualidad de la política. Hablo del mundo. Aquí, allá y casi en cualquier parte. El país más poderoso del planeta no es capaz de ofrecer dos candidatos sólidos para ocupar la presidencia. Claro, lo de Donald Trump es patético y hasta repugnante. Pero es penoso también, aunque en otra liga, que Hillary Clinton no haya podido rematar al republicano, luego de la crisis del magnate por la filtración del Washington Post que lo muestra como un perfecto cafre. Resulta increíble y preocupante para la humanidad que, pese a semejantes improperios, Trump no baje significativamente en las encuestas.
Es obvio que su “estilo” le agrada a la mitad de la gente. Y eso es respetable, pese a lo grotesco que a mí me pueda parecer. Hoy día, según la evidencia, ser un político profesional es una desventaja para optar a un puesto de elección popular. Me refiero a un estadista; al que tiene un plan. Al que llama a la unidad y al trabajo en equipo. Guatemala no es ni ha sido distinta en eso. Y no de ahora. La gente odia a los diputados, pese a que la actual legislatura ha caminado en nueve meses, mucho más de lo que la anterior avanzó en cuatro años. En el Ejecutivo, aunque algunos ministros y comisionados sugieren preparación y ciertas luces, no se ve por ninguna parte un liderazgo que entusiasme.
Afortunadamente, a diferencia de 2012, no estamos en campaña. Ese ya es un adelanto. Parte de los pasos dados en el Congreso y en la SAT, por mencionar dos áreas de acción, obedecen a que la oposición no es tan electoralmente destructiva como en los tiempos del LIDER, a lo que se suma la depuración del sistema que se gesta desde el Ministerio Público y la CICIG. En cuanto a los políticos que ya han sido candidatos, ninguno se atreve a sacar la cabeza con vehemencia. Los aterra, y con razón, la guillotina popular.
Sin embargo, tampoco se visualiza ningún candidato natural que renueve el paisaje de las esperanzas. Los partidos no logran intermediar de manera efectiva los anhelos de la población, ni en el Organismo Legislativo ni en el seguimiento de ejecutorias públicas. Ninguna figura despunta. Hay prospectos muy buenos que prometen, pero que difícilmente se lancen en 2019, ya sea por ser demasiado jóvenes, o bien por falta de un vehículo donde puedan hacerlo sin temor a caer en las garras de una cloaca. Hablo de buscar la presidencia. Como diputados sí podrían dar el salto, o bien repetir.
Menciono tres nombres, entre los que han mostrado talento. Phillip Chicola, Hugo Morán y Olinda Salguero. Hay más, por supuesto. Gabriel Wer, Alma Aguilar, Samuel Pérez y Alejandro Quinteros, entre otros. Todos entre los 28 y los 35. Y falta gente en esta lista. Mucha. Gente por cierto muy valiosa.
Echamos de menos a un líder confiable para concretar el proceso que le dé continuidad a lo que venga después de las condenas en los casos de corrupción, en las cuales sigo confiando. Un líder que sepa mediar entre las exigencias de la agenda de afuera, con los apremios de la agenda propia. Colombia, con todo y su resbalón en el plebiscito, la tiene mucho más clara. Y el nombre que salta de inmediato al escenario de sus posibilidades es el de Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín y ex gobernador de Antioquia, que estuvo en días recientes en Guatemala, invitado al ENADE 2016.
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Este profesor de matemáticas es la cara de una política más humana que, en pantalones de lona, logra inspirar con su visión de país, basada en apostarle en serio a la educación y a la cultura como motores de desarrollo. Estuve en Medellín en 2010. La ciudad sugiere sin disimulo su empuje y su vitalidad. Y lo hace sobre todo en sus áreas marginales, donde el arte ha abierto las puertas a una juventud ávida de no hundirse en la inercia del descalabro. No es el Edén ni la ciudad perfecta.
Pero es un ejemplo de autoestima y de camino recorrido. Fajardo dijo en una entrevista por la radio que “nos guste o no, los políticos toman las decisiones más importantes”. Por ello, la participación de los mejores de las sociedades es inaplazable. Fajardo está consciente de lo fundamental que es luchar contra la desigualdad, así como de vencerla por medio de la vocación por las oportunidades. “Quien paga por llegar al poder, roba”, fue una de sus frases clave en esa charla periodística. Y su exposición en el ENADE, hecha con certeza y convicción, dejó un sabor a política diferente que bien nos caería pronto por estos lares.
Coincido con él en algo esencial. Tanto en su Colombia como en mi Guatemala hay seres de primera. Seres que quieren hacer las cosas y no sucumbir en esta inercia del descalabro que nos ha marcado por décadas. Solo espero que, cuando ese líder que renueve aquí el paisaje se atreva a sacar la cabeza, no lo condenemos a la guillotina implacable de la envidia y la mediocridad. Y mejor si ese liderazgo opta por los relajados pantalones de lona, y no por la apretada corbata del montón.
Es la hora de quienes de verdad piensan y luchan por la gente. Con las debidas distancias guardadas, qué dieran los candidatos estadounidenses, especialmente el patán de Trump, por ser la mitad de persuasivos de lo que es Sergio Fajardo.