Opinión

Dar (A la memoria de mi amigo Luis Ronaldo, artista de la generosidad)

En este mundo tan saturado de mezquindades, en el que la codicia y la avaricia riman con tan infame frecuencia, cruzarse con alguien que hace de la generosidad un arte es más que un regalo de la providencia. Y es un regalo, porque son oprobiosamente comunes los bondadosos de fachada, que a veces hasta terminan engañando a los incautos con sus inversiones con disfraz de donación.

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Pero los verdaderos espléndidos de alma, aquellos que se vuelven sonrisa del destino y puerta de los laberintos, suelen huir del protagonismo y son servidores discretos. Es decir, no suelen ser estridentes ni portadores de un chocante ego. Son, además, la guía más autentica para aprender a hacerse de un espíritu sin achaques y el más claro modelo para enaltecer a dioses de una religión en la que el desapego es la real creencia.

Dar es el verbo fundamental del generoso. Dar besos. Dar apoyo. Dar la mano. Dar el beneficio de la duda. Dar la vida. Es inexistente la generosidad en el corrupto que se solaza en el soborno cínico y vil. Tampoco se cultiva en la tierra del expoliador desalmado. Mucho menos en la del caritativo que divulga sus “buenas obras”. Isabel Allende lo escribió muy claro: “Al final solo se tiene lo que se ha dado”. Dar confianza. Dar los buenos días. Dar la dirección. Dar la clave. Dar las gracias.

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La historia de Guatemala está marcada por una colección de egoístas con poder que jamás pensaron en el prójimo y que dañaron los procesos, o nunca los iniciaron, para lograr justicia en el país. El colmo es que son muchos los que proclaman que el egoísmo es la esencia de la naturaleza humana, y que además repiten por donde pueden que luchar contra la codicia es antinatural.

Son los que aman por interés o los que le cobran intereses a quienes dicen amar. Todo lo contrario de quienes fundan y emprenden para que otros también tengan. O de quienes ofrendan sus talentos como voluntarios, a veces hasta exponiéndose a enormes peligros. O de quienes se entregan sin condiciones ni subterfugios, por el puro placer de darse enteros. Lo escribió con certeza Miguel Ángel Asturias: “Dar es amar/dar prodigiosamente/por cada gota de agua/devolver un torrente”. Por algo ese poema se titula “Caudal”. Porque el río no es río si carece del agua que dibuje su peregrinación. Y en esa peregrinación, cuando el agua abunda, se reverdecen los campos. Y los bosques perviven. Y las selvas respiran. Y las flores mantienen sus colores en pie. Dar trabajo.

Dar consejos. Dar abrigo. Dar la clave. Dar con lo perdido. Dar a luz. Un corazón que comparte sus latidos es por antonomasia un corazón sonriente. Hablo del servicial que no es servil. O del que siempre es útil para los otros, pero que jamás utiliza a esos otros. Se conoce la maravilla de un ser humano no en lo que posee, sino en lo que comparte. En lo que alumbra, no en lo que ensombrece. En lo que transparenta, no en lo que oculta.

Nietzsche creía que “si sólo se dieran limosnas por piedad, todos los mendigos hubieran ya muerto de hambre”. Y es oportuno señalar lo contraproducente de dar lo que no es debido. Como dar miedo. O dar lástima. O dar por perdida una lucha legítima. O dar de gritos en el abuso prepotente del déspota. O dar la espalda. O dar por sentado lo que no nos consta. O no dar. No dar nada.
A veces uno encuentra más prodigalidad en los de menor patrimonio. Pero no es una regla general. Existen también los acaudalados que dan, no lo que le sobra, sino lo que les nace. San Agustín y sus palabras sabias: “Da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta”.

No solo con el dinero se puede ser desprendido. Las palabras de reconocimiento, cuando no son adulación ni lisonja, estimulan a la humanidad y la animan a seguir adelante. El respeto y la tolerancia, dispensados a raudales, dibujan paz donde las guerras han sembrado odio. La franca disposición de oírle las penas a alguien, prestándole real esmero a su relato, es asimismo una manera de virtuosismo espléndido. “Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su premio”. Es una frase de Gibran. Y es la clave de muchas felicidades en este planeta.

Dar abrazos. Dar la vía. Dar la oportunidad. Dar en el clavo. Dar con los ojos cerrados. Dar el ejemplo. La política en Guatemala ha sido lamentablemente prolífica en dar de qué hablar. En dar pena. En dar cólera. No digamos la corrupción y la violencia. Pero como grandes antagonistas de esas pestes, la gente generosa siempre ha mantenido viva nuestra esperanza. Y lo ha logrado dando, dando y dando. “Las campanas dicen dan darán”, dice mi mamá refiriéndose al agradecimiento. Y yo le doy las gracias hoy a quienes, en el recorrido de mi existencia, han sido predicadores de la generosidad por medio de sus acciones, no de sus charlatanerías. A quienes dan todo por nada. A quienes no solo dan, sino que lo hacen sin segundas intenciones. A quienes dan por el impecable e incorruptible gusto de dar.

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