Mejorar es cambiar sin perder el brillo, decía un anuncio que leí recientemente. Interesante relacionar esta frase con lo que estamos viviendo en el país. Algunos dicen que ya cambiamos, otros dicen que ya es mucho, varios creen que la cosa no va bien y pocos están optimistas. El punto es si vamos para mejor.
En general será efectivo lo que estamos viviendo si somos capaces de reinventarnos. Claro que indignan los casos que se han destapado y las millonadas que tantos funcionarios se embolsaron; sin embargo, no basta con tan solo enojarse, despotricar en las redes o ir a protestar a la plaza; se trata de iniciar un verdadero cambio y que cada guatemalteco sea parte del mismo.
Tenemos la oportunidad de analizar lo que hicimos mal y lo que a futuro tenemos que corregir. En nuestro ser sabemos qué es el bien y cuál es el mal. Estamos conscientes de cuando cumplimos la ley y cuando la estiramos, o la infringimos. También tenemos noción de lo que es correcto e incorrecto o de lo que es justo e injusto. Sin embargo, ante una cultura de ilegalidad, de poder y mercantilista poco a poco empezamos a ver lo malo, no tan malo, tolerar el traspasar la línea y justificar lo incorrecto como parte de lo cotidiano.
Vivimos algo similar a lo que Peter Senge llama “la parábola de la rana hervida”. Esta dice que si lanzamos una rana a una olla de agua hirviente, esta salta y se escapa velozmente. Pero, si la ponemos en la olla con agua templada y poco a poco la vamos calentando, la rana se va acostumbrando a la temperatura. Y, aunque esté cada vez más aturdida y que nadie le impide salir de la olla, se queda allí y hierve.
Poco a poco nos fuimos adaptando a una sociedad que no valoraba la honestidad, ni la transparencia. Se premiaba al más listo que se saltaba las reglas, se aprovechaba de los demás y hacía fortunas en cargos públicos. Se llegó a criticar aquellos que pasaron por el gobierno, se negaron a dar plazas y no hicieron negocios. Aguantamos que los servicios públicos fueran decayendo, sin exigir enérgicamente que se mejoraran. Le cedimos la política partidaria a los que la miraban como un medio para enriquecerse. Dejamos de participar en el vecindario, en nuestra comunidad, en espacios públicos y en actividades cívicas. Poco a poco nos fuimos acostumbrando -del agua tibia a la caliente-. Sin embargo, el destape de la corrupción fue como un balde de agua fría en la olla de agua hirviente que “despertó” a la rana y no la dejó morir.
Nos estamos moviendo, organizando y entendiendo. Tenemos que ver para adelante y buscar un proyecto en común, con principios no negociables para la construcción de una nueva sociedad. Se requiere una cultura de legalidad, un sistema económico donde realmente se compita, un gobierno que funcione para todos y una sociedad solidaria. Debemos practicar día a día valores éticos que regulen nuestra conducta en busca del bienestar individual y colectivo. Lo complejo es esta transición llena de incertidumbre e inestabilidad que nos puede entorpecer el camino.
¡Una Guatemala mejor es posible! Requerimos de ciudadanos responsables y visionarios, de funcionarios públicos de carrera y eficientes, empresarios competitivos e innovadores, de medios de comunicación objetivos e independientes, de grupos sociales proactivos y buscando el bien común, de académicos y profesionales que orienten el camino, de jóvenes creativos que amen el país y se apasionen por su transformación. ¿A qué se compromete usted? ¿Qué comportamientos y actitudes puede mejorar? ¿Qué debemos de hacer para brillar?
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