“Es muy penoso que ayer, respaldado por el gabinete en pleno, el presidente negara que haya enviado tres mil soldados a la zona de adyacencia y atribuyera a “un rumor” los números que habían sido noticia antes. Y se vio mal que proclamara que Guatemala es un pueblo de paz, a pesar de que lo informado días antes, en términos de proyección internacional fuera exactamente lo contrario”.
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De lo que se sabe hasta ahora, me indigna profundamente lo ocurrido la semana pasada en la zona de adyacencia con Belice. La muerte trágica de ese niño de 13 años pareciera tener mucho más que un mar de fondo. Y todo apunta a que se trata de una ejecución extrajudicial. Por supuesto, habrá que esperar las conclusiones de la investigación en curso.
Mientras tanto, el comunicado emitido por el vecino país insulta a la más elemental inteligencia, al afirmar que sus soldados dispararon “en defensa propia”. No veo por ningún lado a estos campesinos sembrando pepitoria y a la vez armados con metralletas. Y sería de verdad repugnante que les hubieran disparado como parte de una puesta en escena para boicotear el proceso de resolución del diferendo. Prefiero no pensar tan mal. Me horroriza una conclusión tan infame. Me decanto mejor por revisar otras aristas de este doloroso capítulo.
La manera en que el Gobierno lo ha manejado me deja, por ahora, más dudas que certezas. Y también rechazo. En el marco de cien fallidos días de administración, este crimen pudo haberles caído “como del cielo” para sofocar las críticas, o bien para ubicar el reflector en un sitio distante al de los errores del mandatario. De hecho, por lo que significa en nuestro imaginario, fueron muchos los que aplaudieron la categórica reacción que, según se supo el pasado jueves, incluyó el supuesto envío de tres mil efectivos al área en cuestión.
De mi parte, pese a que coincido en que alguna reacción era necesaria, no veo con buenos ojos lo numeroso del despliegue militar inicialmente anunciado. Menos aún cuando las autoridades de la Defensa se niegan a revelar cuánto le cuesta eso al Estado, y especialmente en el momento en que se comunica una variación en los datos del movimiento de tropa, en una conferencia de prensa a la que asiste el titular del ramo uniformado de kaibil. Durante el fin de semana, lo que yo percibía era que el despliegue era una manera de devolverle popularidad al presidente Jimmy Morales, y que los contribuyentes estábamos pagando esa campaña con una movilización que exaltaba el nacionalismo más primitivo, y que, contrario a lo que buena cantidad de guatemaltecos cree, juega en contra nuestra en el campo diplomático.
Es muy penoso que ayer, respaldado por el gabinete en pleno, el presidente negara que haya enviado tres mil soldados a la zona de adyacencia y atribuyera a “un rumor” los números que habían sido noticia antes. Y se vio mal que proclamara que Guatemala es un pueblo de paz, a pesar de que lo informado días antes, en términos de proyección internacional fuera exactamente lo contrario. La ofensiva tenía que ser firme, pero diplomática. En ello coincido a plenitud con el exministro de Relaciones Exteriores, Edgar Gutiérrez, quien afirma que la mala fama en el mundo que tienen los kaibiles, además de que se les vinculara en años recientes con los zetas, proviene precisamente de un trabajo estratégico de los beliceños. Asimismo, apoyo el argumento del también exministro Fernando Andrade Díaz-Durán, quien insiste en que nuestro país debería ser más activo en su diplomacia en relación con el tema de Belice, y elevar su planteamiento en cuanto al diferendo a todas las instancias que importan, tales como el SICA, la CELAC, la OEA y la ONU.
Ahora bien, volviendo al trágico episodio del niño de 13 años ultimado en la zona de adyacencia, será parte fundamental del trabajo de seguimiento, hacer lo necesario para que esta posible ejecución extrajudicial no quede en la impunidad y que haya un resarcimiento para la familia. Además, por lo errático de la comunicación, el Ejecutivo tendrá que explicar bien en qué momento se perdió el hilo conductor de los datos del despliegue militar y hacer pública su postura en cuanto a los pasos venideros en este conflicto. Salida al mar, frontera bien delimitada, respeto a nuestros connacionales, territorio insular, certeza jurídica y dignidad en nuestro legítimo reclamo es lo mínimo que se espera. Pero sobre todo: que no haya más muertes como la del menor Julio Alvarado, porque es así como más duele la mutilación del mapa.