“Esta mañana amanecí contenta. Desayuné rico, organicé en mi cabeza todo lo que debía hacer. Me bañé y escogí con cuidado la ropa que deseaba ponerme. Me sorprende que me cueste cerrar mis jeans. Los usé la otra noche para salir y no estaban tan apretados. Finalmente, con esfuerzo, logro ponérmelos. Algo parecido me pasa con la blusa. ¿Se habrá achicado en la secadora? ¿Por qué no me queda? Me paro frente al espejo y no me gusta lo que miro, no me gusto ¡yo!”
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¿Te ha pasado algo parecido? ¿Te sientes reflejada en este relato? Conscientemente sabes que la secadora no es la culpable. Que la ropa no puede tener “culpa” de que hayas subido de peso. Si la semana pasada esa talla te quedaba perfecta y hoy no, no puede ser por la prenda. Debe de haber algún otro factor que no estás queriendo ver.
Piénsalo por un instante. La otra noche saliste a cenar. Ya te sentías satisfecha, pero el pastel se miraba delicioso. Y lo pensabas compartir, pero realmente sabía muy bien. O ¿cuántas veces te ha ocurrido? ¿En cuántas ocasiones realmente no tenías hambre, pero la galleta, la pizza o el dulcito te miraban “haciéndote ojitos”, y los miraste de regreso sin pensarlo?
Finalmente no se trata de una noche ocasional. Si evalúas tus últimas salidas o comidas, puedes darte cuenta de que esta conducta se repite. ¿Te ha pasado, verdad? Observa detenidamente cuántas veces te ha ocurrido que has comido sin tener hambre. Ahora pregúntate, ¿realmente controlas lo que comes o la comida te controla a ti? En pocos momentos de conciencia podrías admitir que comes demás, porque sí, por tristeza, por alegrías, por llenar algún vacío, porque sabe bien…
Y en esos momentos de lucidez te puedes dar cuenta también de que no te hace bien. No solo en tu aspecto físico, sino además en las innumerables consecuencias, como el descontrol, la voracidad, la frustración, el enojo, la desesperación y una profunda depresión que no te permite ser realmente quien eres. Comienzan los reproches, baja tu autoestima, te sientes dudosa e insegura cuando nunca lo fuiste.
Has subido 4 o 30 libras que antes no tenías, y claro que no te gustan. Pero debes reconocer que tienes un problema. Y debes poder pedir ayuda. Te puedes dar cuenta de que estás comiendo de más, con compulsión. No le hace bien a tu aspecto y causa un daño mucho más grave a tu salud. Puede que te duelan huesos que antes nunca te habían molestado.
Tal vez ya te habías dado cuenta de todo esto. Pero te sorprenderá saber que el sobrepeso y la obesidad son crónicos, progresivos e incurables y se trata de la gran epidemia de estos tiempos. La comida rápida, la vorágine de la rutina, el poco tiempo para todo generan un altísimo aumento de esta epidemia.
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En mi experiencia como instructor de tratamientos para adelgazar y mantenerse he podido trabajar con un gran número de profesionales de la salud, especialmente nutricionistas, y es asombroso saber que el resultado de sus esfuerzos es sumamente frustrante: La mayoría de sus pacientes abandona las dietas y los tratamientos antes de los seis meses de haberlos comenzado. Si bien obtienen algunos buenos resultados en el inicio, al dejar las indicaciones, el famoso “efecto rebote” lleva a los pacientes a pesos aún superiores respecto de los cuales comenzaron en un principio. Y así como aumenta el peso, crecen el descontrol, la culpa, el autoengaño, el deterioro, la desilusión, la vergüenza y la depresión.
¿Existe una salida? Para encontrarla, es necesario reconocer primero que tenemos una condición: La obsesión compulsiva hacia la comida. Dicha obsesión se manifiesta como una adicción a los alimentos y, como tal, debe ser tratada.
¿Qué podemos hacer? Apelar a lo poco que nos queda de lucidez, poder plantearnos con la sinceridad más cruda las razones por las cuales estamos como estamos, y decididamente buscar ayuda.
Si la comida y los hábitos son los que nos trajeron a nuestro estado actual, la clave la encontraremos en la revisión de esos hábitos y será la comida, la necesaria medicina para revertir la situación. Nos curamos con humildad, sinceridad, paciencia y trabajo, desandando el camino de la omnipotencia, el autoengaño, la inconstancia y la dejadez.
Recordemos, todo tiempo en que no nos tratamos, la situación empeora… ¡El momento es hoy!