Opinión

Que los malos no sigan saliéndose con la suya

“Propongo la prioridad de luchar contra la impunidad para alcanzar el desarrollo. Y no solo la de funcionarios corruptos o la de criminales de toda índole que abundan en Guatemala. Planteo hacerlo en diversos terrenos de acción”. 

Propongo la prioridad de luchar contra la impunidad para alcanzar el desarrollo. Y no solo la de funcionarios corruptos o la de criminales de toda índole que abundan en Guatemala. Planteo hacerlo en diversos terrenos de acción. (Voy conduciendo a las 5:40 de la mañana y presencio cómo un automóvil se pasa en rojo un semáforo.

Le toco la bocina con indignación. Pero él se sale con la suya. No hubo autoridad que lo sancionara.) Mientras no haya certeza de castigo, los abusos se mantendrán. ¿Naturaleza humana? Posiblemente. Es una pena que funcionemos así. Yo quisiera que por las buenas entendiéramos y acatáramos.

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Pero no siempre se puede. Casi nunca, para ser exacto. (Ahora conduzco a las 9:25 de la noche. Voy en una autopista de cuatro carriles. Cuento dos vehículos sin luces en la vía contraria. Ya van cinco. Y seis con el que acaba de rebasarme.

Durante el trayecto son incontables los que circulan tuertos. Y varios van veloces y agresivos. Como que si a recoger herencia fueran. Oh sorpresa: no pasa nada. Todos seguimos nuestra ruta y lo vemos como normal. Medito: lo que les ocurriría a estos infractores en Estados Unidos.) La impunidad laboral no solo se da en aquellos centros donde las plazas fantasmas o los asesores sobre pagados son plaga, y además no asisten ni de broma a justificar sus sueldos.

Se da también en innumerables entidades. Y en compañías muy prestigiosas. Y hasta en múltiples multinacionales, valga la intencional redundancia.

El soplón tiene asegurado su puesto, aunque enferme a la organización completa. No digamos el lame botas del jefe. O el “pobrecito yo” que es la víctima de las iniquidades del mundo. Apúntelo: el soplón, el lame botas y el “víctima” por lo regular reúnen estas tres “aptitudes ventajosas”. Y es común que gocen de impunidad laboral. Lo cual es nocivo para cualquier ambiente. (Estoy en mi automóvil rumbo a una reunión. Son las 7:45 de la noche. En cuestión de segundos, veo tres escenas protagonizadas por cafres. Primero, un sujeto que, de carro a carro, conversa con alguien más y que “se toma su tiempo”.

A ambos les trae sin cuidado que les bocinen quienes están atrás de ellos sin poder seguir su camino. Y no pasa nada. Segundo, se me atraviesa de manera abusiva y temeraria un autobús extraurbano. Se aprovecha de su tamaño. Y casi me daña la lodera izquierda. Me libro por milímetros, en realidad. Y tampoco pasa nada, porque no lleva luz en la placa. Tercero: percibo la presión de un iracundo que pretende rebasarme -o barrer conmigo- y ya usted lo adivinó: tampoco pasa nada.)

Me llama una amiga para contarme lo que sufre en su condominio con unos vecinos patanes. En más de una ocasión, los hijos adolescentes del malandrín que vive a dos puertas de su casa le han golpeado su carro. Asimismo, le han obstruido su garaje incontables veces. Pero nadie osa levantar la voz en su contra, porque tienen planta de narcos. Es decir: no hay confianza en que denunciar surta efecto.

Más bien teme hacerlo. Este caso es obvio y gastado. Sucede con oprobiosa frecuencia. Y en estos episodios tampoco suele pasar nada. (Me dirijo hacia mi trabajo a las 5:50 de la mañana. Está oscuro aún. En una fila inusual siento el topón en la parte trasera de mi carro. Me bajo a determinar los daños y compruebo que el rasguño es leve. Detrás de mí, una joven sumamente asustada. A ella recién la embistió un taxi. Por acto reflejo, ella me chocó a mí. El indiscutible responsable es el taxista, quien por cierto conduce borracho, reitero, a las 5:50 de la mañana.
Sale hecho un energúmeno de su vehículo y nos amenaza con una herramienta para cambiar llantas.

Los demás automóviles apenas notan el vejamen. O, si lo notan, igual siguen de largo. No la prolongo mucho: el taxista se da a la fuga. No hay manera racional de detenerlo. Y, para variar, tampoco se molesta en llevar luces en su placa. Mea culpa; pude haber hecho más. Y lo asumo: preferí librarme de la violencia y pagar por el rasguño. En síntesis: no pasó nada.)

Y nada pasará si no logramos avanzar en la correcta impartición de justicia. Nada caminará en Guatemala si los maleantes, los cafres, los patanes, los soplones, los lame botas, los “víctimas” y los corruptos no son sometidos a un castigo certero. Propongo por ello luchar contra la impunidad para alcanzar el desarrollo. No pido nada descabellado: solo que los malos no sigan saliéndose con la suya.
 

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