Opinión

Los milagros son de Dios, no de un presidente

“Jimmy Morales apenas empieza su recorrido como cabeza del Ejecutivo. No es ácil lo que lo toca doblegar. La mejor manera de apuntalarlo, como dijo Norma Torres, es recordarle que debe cumplir con sus promesas  ”.

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Del discurso de toma de posesión del presidente Jimmy Morales rescato varios aspectos de su contenido, aunque éste haya sido parco en cuestiones de Estado. No me gustó el tono en que lo pronunció. Ni los recursos efectistas utilizados. Lo cual no riñe con el hecho de que se trata de un excelente comunicador, que no solo maneja con certeza la dicción, sino que conoce muy bien de entonaciones y de ritmos.

Impensable discrepar con su arenga contra la corrupción, aunque no diera mayores indicios de cómo piensa romper con esa inercia malévola. No es fácil lo que le toca doblegar. Y a lo mejor porque se percata de eso, prefiera ser cauto en ofrecer lo que no pueda alcanzar a corto plazo.

Enfrentar a tanta mafia, si decide hacerlo con convicción, va a restarle tiempo y mucha energía. Morales, que de tonto no tiene un pelo, sabe que aquí la corrupción es una cultura. Y que una cultura no se erradica en un dos por tres. De hecho, lo dijo: “Es ingenuo pensar que todos los cambios ya se han dado”. Lo que tampoco es un hallazgo significativo, pero sí un realista punto de partida.

Oyendo al nuevo mandatario cerré los ojos un par de veces y me consolé al pensar que no era Baldizón el que proclamaba esas palabras. Ha sido precisamente ése, el bálsamo con el que muchos guatemaltecos nos hemos aliviado la angustia desde la segunda vuelta.

Las constantes menciones de Morales en cuanto a lo que llamó “el despertar de las instituciones” se orientaron hacia un mensaje, entre repetitivo e insistente, en el que elogió la gesta del 2015, no sin aprovechar para recordarle a la ciudadanía que “no será un pequeño grupo el que saque adelante al país”.

Ello, según intuyo, alude más a la ayuda que precisa para no colapsar en los primeros 100 días, que a la necesidad de ser fiscalizado con rigor. Al respecto, la congresista estadounidense Norma Torres, presente en la transmisión de mando, afirmó en una entrevista que la mejor manera de apuntalar al nuevo presidente es recordándole con frecuencia que debe cumplir sus promesas.

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En tal sentido, es deseable que ese seguimiento ciudadano no se convierta en un asedio irracional que exija más de lo humanamente posible de lograr. Y el secreto para sortear ese rudo oleaje pudo haberlo dado el ex vicepresidente Eduardo Stein, quien no hace mucho declaró que “el país no espera un súper héroe, sino alguien que sea honesto”.

Jimmy Morales goza de enorme popularidad. Y la gran decisión para él se basa ahora mismo en un asunto muy concreto: no defraudar a quienes creen en él, aunque ello implique abrirse frentes entre los poderes que lo merodean y que, en algunos casos, lo respaldan. El momento de Guatemala no da para la maniobra basada en la habilidad política, incluso si ésta es legítima.

Mucho menos cuando se carece de la experiencia y de la pericia para ejecutarla. Lo ideal: conocimiento y honradez. Mas si lo primero no llegara a ser suficiente, al mandatario le bastaría con salir limpio de la faena. Limpio en asuntos de corrupción, digo. Porque Morales no será un avezado en las lides de la alta política, pero tampoco es el anodino que se pretende dibujar desde el análisis primario y a ratos muy cargado.

¿Cuánto le durará el “beneficio de la duda”? ¿Cómo distinguir entre denuncias serias contra sus ministros, en algunos casos muy obvias, de otras que provengan de antipatías personales o de cuestiones ideológicos? ¿Podrá el nuevo jefe del Ejecutivo controlar con éxito sus intervenciones mediáticas? Eso último es clave en el arranque. No sería lúcido, por ejemplo, que el mandatario se confiara de sus números electorales.

Recuerdo, por si a alguien se le pasó apuntarlo, que Jimmy Morales viene de un medio en el que el aplauso es frecuente. Y también normal. Me imagino que él ha de saber que la paciencia y la serenidad frente a los señalamientos no son sus fuertes, y por eso, de manera preventiva para sí mismo, manifestó que quiere “aprender a ser tolerante con la crítica”. Eso, de hecho, se lo recomiendo de verdad, pues quienes llegan a ese puesto y permiten que el hígado les gane la partida, sucumben más pronto que tarde.

No me agradó el tono de pastor usado en su discurso del pasado 14 de enero. Tampoco me habría gustado si hubiera hablado como sacerdote. Mas no es un asunto de filiación religiosa. Es por ubicación. Y esa dinámica de poner de pie a la audiencia del Teatro y pedirle su compromiso patrio con la mano sobre el corazón me causó un inmediato rechazo. No es una acción que combine bien con el discurso de un jefe de Estado que toma posesión.

Jimmy Morales apenas empieza su recorrido como cabeza del Ejecutivo. No es fácil lo que lo toca doblegar. La mejor manera de apuntalarlo, como dijo la congresista estadounidense Norma Torres, es recordarle que debe cumplir sus promesas. Y hacerlo con un asedio ciudadano que no sea irracional. Y también sin pedirle milagros, porque los milagros son de Dios, no de un presidente.
 

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