Opinión

#Esto apenas empieza


Las elecciones no servirán para oxigenar el ambiente. Eso es obvio. Tampoco habrá “luna de miel” entre la población y las nuevas autoridades. Lo cual me anima y me estimula. Porque después de un proceso electoral sin legitimidad, lo único que puede darnos esperanza es la fuerza ciudadana. Esa fuerza que radica en los persistentes que, sábado a sábado, van a cumplir con su país para darle un futuro. Sin embargo, tal como lo apunta Gustavo Porras, no es prudente incurrir en triunfalismos. Más vale trabajar y trabajar. Y seguir trabajando. Para trabajar otra vez. Construir el país que queremos no va a llevarnos dos semanas. Ni tres meses. Son años los que nos faltan. Y eso, en realidad, es lo que menos importa. 

Lo que cuenta es ver hacia el horizonte y encontrar una luz que se vuelva brújula. Y esa brújula no la portan los políticos actuales, pues casi todos los que hoy participan fueron moldeados en el orden corrupto que nos gobierna. Casi todos ven en el negocio bajo la mesa, lo normal en un espacio del Congreso. Casi todos encuentran natural a sus posiciones saquear el erario nacional por medio de los mecanismos establecidos. Nadie ve con ilusión la llegada del 6 de septiembre. Todo lo contrario. Se ve como un plazo fatal en el que el abismo acecha. Si me preguntan, confieso que a veces quisiera dormirme y despertar el 15 de enero de 2016. Estoy cansado del agobio de una crisis que, por intensa e interesante que sea, conlleva peligros muy marcados para la gente que busca el cambio en este putrefacto sistema. Y le apuesto en serio a las conquistas de la población. Es hora de tirar a la basura cuanto conservadurismo nos ate. Sin desenfreno. Con visión estratégica. A la caza, si así puede describirse, de un liderazgo capaz de desplazar de sus anhelos el protagonismo facilón que sucumbe con el primer embate. Dice Richard Aitkenhead que no precisamos de una revolución, sino de reformas. De reformas consistentes e irreversibles. Y afirma también que no existe país en el mundo que logre trascender si no alcanza mínimamente una carga tributaria de 15%. Ningún aspirante presidencial habla así. Por lo menos hasta ahora. Ningún discurso enamora. 

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“Nadie ve con ilusión la llegada del 6 de septiembre. Todo lo contrario. Se ve como un plazo fatal en el que el abismo acecha”.

La gente detesta cualquier cosa que huela a política. A mí me harta cruzarme con las vallas y con los anuncios de prensa que involucran a candidatos. Me marean los spots de radio. Las producciones de televisión. No digamos los infomerciales. El cansancio se me vuelve contrariedad. La saturación me ha golpeado la tolerancia. Pienso que la salida del presidente sigue siendo un objetivo importante. No por él, sino por el que llegue al puesto. Sea quien sea. Además, no es un secreto que ya no gobierna; que es una figura a la que ya nadie toma en cuenta. Y que no existe un candidato oficial, sino una fachada que juega sus cartas para que otra agrupación gane. La economía no va a mejorar si Otto Pérez Molina se queda. Es iluso pensarlo. Tampoco habrá menos conflictividad. Los grupos sindicales que lo apoyan se preparan para negociar con el próximo que ocupe el cargo. Así como las mafias. Y también algunos integrantes del sector privado. Aún es demasiado visible que a quienes gozan del poder no les importa que este régimen de oprobio que nos ha robado durante décadas siga su curso sin mayores sobresaltos. Ni siquiera el miedo a la CICIG, que es grande, ha movido lo suficiente a las estructuras tradicionales como para respirar.

La declaratoria de guerra de Manuel Baldizón al comisionado Iván Velásquez es una muestra de ello. Fue un error garrafal de su parte. Sobre todo después del excelente artículo de “Nómada”, el cual fue reforzado por la aparición en “CNN” de su autor, el colega Martín Rodríguez Pellecer, quien detalló las medias verdades y las mentiras en que incurrió el candidato de Líder en una charla previa con el periodista Fernando del Rincón. Proclamar que la Comisión seguiría en su gobierno, pero sin Velásquez, trajo consigo un apoyo abrumador para el titular de la CICIG. Y mostró al Baldizón que se ha ganado el rechazo de las zonas urbanas. Porque esa declaratoria de guerra contra el jefe de la Comisión solo se entiende desde la lógica de quien espera, de un momento a otro, un golpe certero desde la CICIG. Digo esto, porque únicamente así se explica semejante paso en falso. 

El candidato de Líder preparó el terreno para argumentar, cuando llegue algún señalamiento serio en su contra, que tal como él lo advirtió, hay un complot que busca evitar su participación en las elecciones. Y de eso volverá a culpar al jurista colombiano, aunque tal cosa le genere anticuerpos por todas partes. Especialmente después de que la señal de “CNN” fuera bloqueada durante la entrevista en esa cadena de noticas con Iván Velásquez, en la que este dijo que frente a la acusación recibida los señalados descalifican al investigador en vez de asumir la defensa. No es Baldizón el único que causa desesperanza en esa papeleta electoral. Son prácticamente todos, con las excepciones que siempre hay. Las menos. Las escasas. Las muy pocas. Y eso, dicho en otras palabras, también preocupa, y mucho. Y causa angustia. Vuelvo a Porras y a Aitkenhead. El primero compara estas elecciones con las de 1974, en las que muchos de los decepcionados por lo burdo del fraude se fueron a buscar una salida a la lucha armada. Y ese peligro está latente. El segundo recalca la idea de que la “luna de miel” de las próximas autoridades tendrá que ser ganada “día a día”. Lo cual me lleva a pensar lo siguiente: no existe en la oferta del “cartón de lotería” del 6 de septiembre un solo estadista capaz de llevar esta transición hacia un puerto seguro. Y, si lo hay, las encuestas no lo favorecen. 

Es lo que tenemos. Pero que nadie desfallezca por el abismo anunciado en las dos vueltas que se avecinan. Que nadie baje los brazos. #Esto apenas empieza.

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