Opinión

No le pidamos milagros a la CICIG

“Entiendo que las manifestaciones de los sábados han marcado ya nuestra historia. Guatemala no será más como era. Y eso asusta a los políticos y a los jueces que han medrado basados en la impunidad”.

Un meme de la ranita circula, entre los muchos que nos divierten a diario. Dice así: “A veces me dan ganas de agradecerle a la CICIG. Luego me recuerdo de que no hay nadie en el bote ni rastro del pisto… entonces se me pasa”. Escribo esto exactamente un mes después del histórico 25 de abril, en el que la Plaza se volvió un clamor de indignación contra el saqueo descarado. Y lo hago pasados menos de 40 días desde las primeras capturas del caso “La Línea”. El país es otro tras este breve lapso. Este país que volvió a ser el nuestro. El país que nos pertenece y al que defendemos de la iniquidad y del hampa. Pero pedir más celeridad en los procesos judiciales que ya van encaminados raya en lo insensato. Tanto la Comisión como el Ministerio Público deben investigar a fondo y cerciorarse al máximo de que las pruebas sean lo suficientemente sólidas, para que así los casos resulten irrefutables. Y aun de ese modo, siempre habrá quienes descalifiquen sus acciones. Los voceros pagados por la mafia, aunque sufran alguna baja, siempre existirán. Y estarán al acecho de manera permanente para sembrar la duda.

En el tan sonado caso IGSS-PISA, veo con esperanza que la mayoría de los comunicados en apoyo a algunos de los integrantes de la Junta Directiva del Seguro Social no se resbalen en la estridencia de exigir la impunidad de sus amigos, sino que insistan en que se observe el debido proceso. Lo cual es lo justo y lo correcto en un episodio como este, cuando se conoce a fondo la trayectoria de un profesional. La lección que parece emanar del contrato que origina las 17 capturas es que, en medio de la corrupción más vil, puede haber incautos que por descuido o por indolencia se metan en líos enormes. Hoy, en el reinicio de la audiencia de primera declaración, sabremos cuán grave fue la omisión de quienes presumiblemente no estaban en el ajo del negocio. Porque las escuchas telefónicas no dejan duda del putrefacto plan. Y también de sus actores principales. No digamos del asqueroso modus operandi que impera en las transacciones en el IGSS, donde en vez de idear sobornos deberían de preocuparse por mejorar los centros de atención a afiliados, pues muchos médicos -los buenos, que los hay- se ven obligados a hacer milagros para subsanar las carencias.

Un ejemplo: en el Hospital de la zona 9, el elevador para trasladar con el decoro mínimo a los pacientes, de su cama al quirófano, no funciona desde hace más de dos semanas. Dinero en el Seguro Social hay. Pero el aparato es demasiado viejo, y para reponerlo se necesita de Q1.2 millones, que en la maraña burocrática de la ley puede llevar conseguirlos más de cuatro meses. Repararlo cuesta Q67,000. Pero dicen que ya no hay repuestos. Mientras tanto, los pacientes tienen que ser cargados en camillas, a riesgo de cualquier accidente en las gradas, cuando los intervienen quirúrgicamente. La rampa, que es la verdadera solución, se ve lejana. Contrario a como se vio de cerca el sucio zarpazo que facilitó el contrato anómalo con PISA, cuya efímera ejecución tuvo una cauda trágica. Este es el reflejo de la corrupción criminal que cuesta vidas. Por ello, deseo que todo el peso de la ley, así como el de la condena social, caiga sobre quienes hayan urdido esta despiadada maquinación. Del primero hasta el último. Y espero asimismo que se preste la atención debida de parte de las autoridades del IGSS, y de todas las instituciones del Estado, a la manera en que se conforman las juntas de adjudicación, ya que, según se sabe, las integran a dedo y bajo amenaza de despido, lo cual contraviene lo que la normativa contempla, es decir, la elección de personal idóneo para su integración.

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Es cierto que uno quisiera ver a los responsables de esta masacre condenados a cadena perpetua. Es cierto que uno presume, con razón, que “JD” y la “Distinguida dama” no son inocentes. Y también es cierto que no han de ser solo ellos los que deban pagar por este fraude homicida. Esto ya no lo detiene nada ni nadie. La gente, usted y yo, seguiremos exigiendo. Y el que menos da muestras de estar al tanto de ello es el propio Presidente, cuya irresponsabilidad se evidencia en no hacer viable una transición que facilite la salida de esta crisis tan aguda y tan peligrosa.

El exmandatario uruguayo José Mujica cumplió 80 años días atrás. Incluyo aquí una de sus varias citas geniales: “Los cambios sociales no están a la vuelta de la equina… Son una larga construcción colectiva de esfuerzo, de trabajo, de errores, de aciertos, de compromiso y de sacrifico…”. Entiendo que las manifestaciones de los sábados han marcado ya nuestra historia. Guatemala no será más como era. Y eso asusta a los políticos y a los jueces que han medrado basados en la impunidad. Por ello, es oportuno y cuerdo pedir lo que es posible. Todo lo posible. Absolutamente todo. Pero no exijamos apresurar lo que en sus entrañas precisa de un tiempo prudencial, como por ejemplo armar bien los casos contra los mafiosos. Me explico: el meme que me sirvió de base para este artículo es muestra de una excesiva y desequilibrada ansiedad. No le pidamos milagros a la CICIG.

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