Opinión

Los ojos del musgo ven por mí

“El presupuesto 2015 es tan fallido que no permite desligarse del texto hepático”.

Hoy intento rehusarme a escribir sobre política. Trato de eludir el tema. Me cansa redundar en el pesimismo pertinaz. Pero es inevitable afirmar que, por ahora, no hay esperanza. Un ejemplo: la vergonzosa aprobación del Presupuesto 2015. Por un trámite bancario termino, casi sin percatarme, en un centro comercial. Es domingo 30 de noviembre. La cola en la agencia me intimida pero no me derrota. Pago mi tarjeta. La muchedumbre agobia. Es el fin de semana del Black Friday, tan guatemalteco como el cheese cake; con grandes ofertas por tiempo limitado en las que, si nos descuidamos, aplican más restricciones de las que debieran. Se mueve la economía. Gastan quienes pueden, y quienes no, también. Es la implacable regla del consumismo. El engaño de “consentirme”, porque me siento solo o porque soy desdichado. El júbilo efímero mientras llega la deuda.

Pienso en el retroceso en materia de transparencia que se dio en el Congreso al volver a permitir que los Consejos de Desarrollo contraten ONG para hacer obras. Me indigno. Y, para mis adentros, la palabra “descarados” retumba en mi conciencia. Sigo deambulando por los corredores plagados de vitrinas. Necesito comprar unos libros, por razones de trabajo. Lo disfruto. Una librería siempre refresca el alma. Y después, sin inocencia, caigo en la trampa. Me asalta la nostalgia y husmeo en los CD. Soy un viejo pasado de moda que aún no acaba de aceptar el inexorable reino del iTunes. Y así empieza mi paseo por las arenas movedizas de la temporada. Me acoplo en automático al delirio por las compras. Adquiero ropa interior con el 50% de descuento. Saludo gente. Recibo abrazos navideños por adelantado. Recuerdo a mi dulce madre, a quien le ilusionan los perfumes a sus 87 añitos. Hay bazar. Y es el último día. Llego al colmo de hacer fila para ingresar en la tienda, porque sus pasillos están saturados. Heroicamente, espero cuatro minutos y entro.

La adrenalina se confunde entre fragancias dulces y amaderadas. El agua de colonia que usa mi mamá se agotó. Pero igual consumo; mi hija, la beneficiada. Alguien allí me dice que lee mis artículos. Le confieso que esta semana intentaré rehusarme a escribir sobre política. Me pide hacerlo centrado en la familia. Y así imagino  una hermosa cruz de adviento hecha con manos amorosas. Y vislumbro esas manos que saben a Nacimiento y que tienen mirada de musgo. A mi alrededor abundan las familias juntas. Juntas comprando. No reunidas. De ser así hablaría de familias departiendo. O compartiendo. No soy quien para criticar. Llevo tres bolsas en las manos. Me cruzo con un apreciado analista. Me indica que el año entrante va a estar de miedo. Y pasos adelante me encuentro con otro amigo que sigue las noticias de cerca. “Me da asco ese presupuesto que aprobaron”, me dice. Le contesto que a mí me perturba, tanto en forma como en fondo. Y que veo atentatorio para nuestra democracia ese cinismo vulgar de las jugarretas sucias entre oficialismo y oposición. Y que las carencias sufridas este año, especialmente en salud, son solo un preludio de lo que traerá 2015, con el agravante de las insolentes piruetas de campaña y la consabida alineación de algunos sindicatos del Estado.

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Ya de regreso me alivia ver un chat colectivo en el que una compañera de colegio reniega del consumismo. Aporto un par de frases para apoyarla. Sin mucha solvencia moral por mi jornada dominical, he de decir. Aunque con suficiente convicción, porque no soy ni he sido nunca un comprador compulsivo. La corona de adviento se enciende. Percibo la mirada del musgo y del Nacimiento venidero muy cerca de mí. La felicidad no se compra. Se gana. La felicidad no se inventa. Se vive. La felicidad no es artificial. Es pura. No he logrado rehusarme del todo a escribir sobre política.

De esa pobre política cuyo argumento de identidad más contundente no son las ideas, sino la chocarrera serie de corbatas anaranjadas, rojas, moradas o verdes que jamás alcanzan el pleno color de la decencia. Vi ropa interior rebajada de todos esos colores. Pero compré blanca. Tan blanca como la túnica del cielo cuando resucita al día con su amanecer promisorio.

El presupuesto 2015 es tan fallido que no permite desligarse del texto hepático. No deja de ser terrible que el columnista Edgar Gutiérrez opine que su aprobación sugiere un cambio de mando adelantado. Tampoco me asombra que Ricardo Barrientos, del ICEFI, y Hugo Maúl, del CIEN, coincidan en que el Presidente debería vetarlo. Pero sospecho que no hará nada por corregirlo. Él mismo dijo que había “acuerdo”. Estamos en diciembre. El consumo nos disipará la angustia con su vivacidad ilusoria. Los políticos no cambiarán.

Yo, como usted, seguiré mi camino. La fe aún no me abandona: sé que ahí en el Nacimiento, donde el amor no se consigue con tarjeta de crédito, los ojos del musgo ven por mí.

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