Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Nuestros fantasmas cotidianos

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

La noticia fue horrenda desde el principio. Me refiero al salvaje asesinato de cinco integrantes de una familia en Dolores, Petén, entre quienes figuraban tres menores de edad, incluido uno de 18 meses. Demasiado espeluznante como para no ser una película de terror.

Demasiado grotesco como para una comunidad de habitantes de carne y hueso. Sin embargo, tal cosa tan atroz sí ocurrió. Y fue aquí en Guatemala. Lejos de la capital, ciertamente. Pero a la vez tan cerca de nuestros fantasmas cotidianos. El auxiliar de la Procuraduría de los Derechos Humanos que cubre dicha localidad, Néstor Palacios, comparó la crueldad y el ensañamiento de esa matanza con los aplicados durante la lucha armada.

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Y además, con gran coraje, dio detalles de su investigación efectuada en el lugar de los hechos. Las víctimas no murieron en medio de un asalto. Tampoco en una gresca sangrienta del narcotráfico. Ni siquiera se trató de un lío entre borrachos, aunque los agresores llevaran olor a licor. Inicialmente se supo que era por una deuda de Q300, producto de la venta de un caballo.

Mas no fue ese el meollo del asunto, de acuerdo con Palacios. Se trata de la ira desatada por uno de los dos victimarios, sencillamente porque los padres de una niña de 11 años se negaron a aceptar que se la llevara a vivir con él como mujer. Este “hombre”, al que se atribuye una edad entre los 20 y los 22 años, montó en rabia porque los progenitores no accedieron a su irracional petición. Y poniendo como pretexto una deuda, insisto de Q300, decidió matar a machetazos, junto con su acompañante, a cinco seres humanos. De más está añadir que la menor a la que se llevaron luego de perpetrar el horroroso crimen apareció muerta el pasado domingo. Se sabe que los dos asesinos podrían haber huido a Belice, donde, según se estableció, uno de ellos posee una parcela. Hasta de una cueva se habló. Digamos lo más rústicamente lúgubre imaginable.

Lo triste es que la noticia ha ido perdiendo protagonismo. Y me temo que si sigue así, pasará lo de siempre: en medio de la vorágine de sangre y de podredumbre que nos toca enfrentar a diario, nos iremos olvidando de ella. Y eso implicará impunidad. La impunidad que da luz verde para perpetrar crímenes sin temor a castigo. La impunidad propia de un sistema judicial armado en gran parte a la medida de los corruptos y de los hampones.

Hay más datos que se integran a la tragedia: no es la primera matanza en el lugar. Hubo una hace cinco años y otra hace solo unos meses. La estación policial más cercana se encuentra a 47 kilómetros. Únicamente funciona un auto patrulla al que se le asignan tres galones diarios de combustible. Todo ello corroborado por el viceministro de Gobernación, Eddy Juárez. En dos platos: las carencias de siempre; los trapos de cucaracha. Según números divulgados en agosto por la cartera de Salud, en los primeros cinco meses de este año se han reportado casi 80 mil embarazos de adolescentes comprendidas entre los 14 y los 19 años. Y hace apenas dos días me enteré de una terrible historia muy similar a la de Dolores, Petén. Con la diferencia de que esta no llegó a los medios de comunicación. Como muchas otras.

En este caso, el crimen se disfrazó de incendio. Pero igual hubo un vejamen muy parecido al de la niña de 11 años que fue ultimada, y presumiblemente ultrajada, la semana que recién pasó. Y sé que episodios tan tristes deben abundar en la Guatemala de hoy. Resulta tan dramáticamente normal que un hombre pretenda llevarse a una niña a vivir con él que percibo como que en algunos sitios ya nadie se perturba por tal cosa. Ojalá me equivoque. Pero tiendo a creer que estoy en lo cierto. El auxiliar de la PDH en Petén fue claro al afirmar que esta aberración es mayor, dado que la niña víctima, cuya familia pereció en la matanza del pasado miércoles, “aún estaba en edad de jugar muñecas”. El caso no puede quedar impune. Y la justicia debe actuar con firmeza para que todo el peso de la ley caiga sobre los responsables de este acto de barbarie. Ya sé que el infame y sangriento hecho ha ocurrido lejos de la capital. Y que, para muchos de los que lean este artículo, algo tan abyecto se percibe muy lejos de sus vivencias diarias. Pero que no se engañen. La muerte y la iniquidad escriben relatos en nuestra historia contigua en cada fecha del calendario. A veces por Q300; otras, por menos. Son parte de nuestros fantasmas cotidianos.

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