Opinión

La Universidad que deseamos

Carlos Alvarado Cerezo / Rector de la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC)

Los universitarios de hoy concebimos a América Latina como un lugar de síntesis en el que se articulan múltiples expresiones culturales, que van desde las cosmovisiones de los pueblos originarios y su pervivencia en el mundo, resistiéndose ante la inminente globalización.
Aquí también tenemos una rica tradición universitaria que se origina en las universidades asentadas en Santo Domingo, Perú, México y Guatemala, hasta las de más reciente creación.
Hoy, desde la concepción de la autonomía universitaria, ha llegado el momento de repensarla a partir de la consideración del papel de la universidad como actor relevante de los procesos sociales y políticos.
Si en aquel momento la autonomía significó romper las amarras con gobiernos autoritarios de tinte dictatorial, hoy esos principios deben interpretarse en el contexto de una sociedad que demanda desarrollo y nuevas formas de distribución social, lo que se traduce en el hecho de que las decisiones sobre prioridades acerca de qué conocimientos producir y para qué hacerlo, así como qué profesionales formar, no puede dejar de considerarse el arcoíris de necesidades de la vida de las naciones.
Significa que la potestad de la universidad de decidir independientemente de imposiciones político-partidarias no debe invalidar sus responsabilidades sociales.
O sea que los principios que rigen la autonomía universitaria se comprenden en el marco de una universidad que demanda una representación acorde al nuevo papel de los diferentes sectores sociales.
Desde este punto de vista, ciertamente, la autonomía universitaria significa gobernarse autónomamente, o sea, elegir democráticamente a las autoridades, administrar con transparencia y bajo el principio de criterios independientes, el presupuesto asignado, nombrar al cuerpo académico con normas propias, el respeto irrestricto a la existencia y debate académico de diferentes corrientes políticas, filosóficas, ideológicas, teóricas y metodológicas en la vida cotidiana de la institución que se materializa en el libre juego de ideas.
Pero, sobre todo, a la universidad le corresponde una tarea central: el fortalecimiento de la autonomía académica que solo tenga como único obstáculo para el desarrollo de sus actividades sus propias limitaciones como capital intelectual en movimiento.
O sea que el desafío para la organización universitaria consiste en reorganizar el trabajo de la gestión del conocimiento volviéndolo más flexible y más eficiente, de modo que el saber burocrático sirva a la autonomía académica.
En este sentido, la universidad que se quiere es de calidad académica, que tenga mejores carreras, en la que los jóvenes no se frustren ni se desilusionen y que sea una fuente de realización y superación personal.

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