Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Ya sé que no

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Indigna lo que ocurre con los niños que viajan solos hacia Estados Unidos. Desde varias aristas. Basta ya, por ejemplo, de llamar a este drama “menores migrantes no acompañados”. Se van solos. Punto. Unos con coyote; otros, íngrimos y a su suerte. Su espantosa travesía nos retrata ingratamente como sociedad. Y también nos refleja, de la peor manera, cómo reacciona buena parte del Estado.

El hecho de sugerir criminalizar a los padres de estos menores es, de por sí, una aberración. ¿Cómo se le explica eso a Brenda Alonso, guatemalteca de 38 años que limpia casas en Maryland, y que con gran esfuerzo mandó a traer a dos de sus hijos, para salvarlos de un destino de inminente desgracia, que ya se cernía sobre ellos en esta Guatemala tan infame? Por si no conoce la historia, aquí se la resumo: por su hijo Biery, de 16 años, Brenda pagó US9 mil a un coyote, como lo describe el diario El País.

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Por Chirley, de 13, la suma se elevó a US13 mil. Hablamos de US22 mil. Mucho dinero para un migrante, ¿no le parece? Mucho dinero para cualquier profesional de clase media de este país, sin ir muy lejos. Lo malo es que no fue suficiente. No para Brenda Alonso. Porque su hijo mayor, de 19, ya no alcanzó a tiempo la oportunidad, y ahora él está sumido en la esclavitud de las adicciones destructivas.

“En Guatemala pasan cosas que no tienen que pasar. Y una sin saber nada. Allá la droga está por todos lados. Los mareros están molestando. Las niñas sufren, son violadas. Por eso me los mandé traer”. Eso dijo Brenda en sus declaraciones.

Por ello recalco: ¿Es a esos padres a los que se condena como “irresponsables” y a quienes va a investigar nuestra “justicia”? En los zapatos de una madre soltera como Brenda, yo creo que hubiera optado por jugármela con los riesgos terribles, que los hay, en la travesía hacia el Norte, en vez de dejar a mis pequeños sucumbir y ser ultrajados por el hampa sanguinaria e impune que aquí reina sin freno.

Es cierto que no todos los casos son iguales. Y admito que existen papás que envían a sus hijos para ayudarse económicamente, so pena de perderlos por los enormes riesgos que conlleva el paso por México. Eso, si se plantea así, podría considerarse un acto desnaturalizado. Pero aun en tales situaciones, uno no sabe cuáles son las circunstancias reales que se enfrentan.

Lo confirmado es que esta semana, tres presidentes centroamericanos se reunirán con el mandatario estadounidense Barack Obama. Y confirmado está también que nadie sabe, a ciencia cierta, la razón predominante por la cual los menores se van solos hacia el Norte. Preguntados cuatro expertos en el tema por Patrullaje Informativo, ninguno coincidió con el otro.

El primero dijo: “Por violencia”. El segundo expresó que “por pobreza”. El tercero no vaciló en decir que “por reunificación familiar. Y el cuarto sostuvo, sin dudarlo, que la explicación de todo se centra en que “hay adolescentes a quienes sus padres ya no pueden controlar”. Sintetizando: todos tienen algo de razón. Todos se aproximan a esta tragedia, dependiendo de sus lecturas y de su experiencia.

El caso de Brenda Alonso lo demuestra con la contundencia de la realidad. Ella decidió llevarse a sus hijos, pese al sacrificio de la pavorosa travesía –insisto-, porque la pobreza, la violencia, el miedo a que fueran ultrajados, la imposibilidad de no poder evitar que sucumbieran a la presión de las pandillas, o bien para librarlos de caer en el infierno de las drogas, la obligaron a propiciar una reunificación familiar que, en su caso, no pudo ser completa.

Indigna por eso que Obama y los republicanos recalcitrantes se tiren la pelota, de un lado a otro, sin enfocarse con honestidad en que la crisis para ellos no es humanitaria, sino estrictamente política. E indigna aun más que nuestras autoridades y nuestras élites se refieran a este infierno sin proponer una sola política pública que, en un término razonable, conceda una ventana para que los miles de jóvenes que emigran, arriesgando horriblemente sus vidas, puedan quedarse aquí. Nadie dijo que esto sea fácil. Nadie afirma que haya varita mágica para resolver algo que viene incubándose hace décadas.

Pero si alguien se proclama como líder o como guía de la sociedad, en vez de bufonadas y de actitudes entreguistas, lo mínimo que se espera que haga es exponer su caudal político y llamar a las cosas por su nombre. Pero no lo harán. Sus hijos, de seguro, no son de los que se van huyendo del país por ser víctimas de un modelo de desarrollo, si lo hay, tan excluyente e injusto. Me pregunto: ¿Habrá algún presidenciable con posibilidades de ganar las próximas elecciones con una mínima idea al respecto? Ni siquiera lo dudo. Porque ya sé que no.

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