Opinión

Óscar Julio Vian Morales

Al celebrar la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, (“Corpus Christi”) como tradicionalmente le llamamos, estamos celebrando también el sacramento de la unidad. Así lo afirma san Pablo en su primera carta a los Corintios, “…aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan” (1 Cor, 17).

Celebrar esta gran fiesta, es recordar la real y permanente presencia de Jesús vivo y resucitado entre nosotros. También es una ocasión especial para renovar nuestra fe en Jesús Eucaristía y, a su vez, reflexionar y evaluar nuestra relación con Él.

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Por estas razones celebramos, dentro del Año Litúrgico, la Solemnidad del “Corpus Christi”; y, aunque la Iglesia Universal la celebra el próximo domingo, la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala la realiza el llamado “Jueves de Corpus”, este año 19 de junio. Es una jornada muy católica y popular. Acuden muchos sacerdotes, religiosas, fieles amantes de la Eucaristía, escuelas, colegios, hermandades y grupos adoradores del Santísimo Sacramento.

Esta solemnidad fue instituida en Lieja en 1246, extendida por el papa Urbano IV a toda la Iglesia en 1264, contribuyó a popularizar y extender la devoción eucarística. La procesión del Corpus se convirtió en un rito propio con caracteres de manifestación pública de la fe católica y de homenaje a la Eucaristía.

En cada celebración eucarística, el Señor nos sigue invitando a comer su Cuerpo y a beber su Sangre; sin embargo, suele ocurrir muchas veces que esta invitación se va convirtiendo en algo rutinario, carente de todo sentido cristiano. Por esta razón se hace necesario reconocer, según nuestra fe, que la Eucaristía es la forma suprema de Cristo en cada uno de nosotros; no se trata simplemente de creer en la presencia de Jesucristo en las especies sacramentales del pan y del vino, sino de creer en la realidad de Cristo como principio y fin de nuestra vida.

El hombre de hoy, satisfecho de muchas cosas vanas, no suele sentir necesidad de nada, porque cree que lo tiene todo. Llena su vida con aquello que abunda. Pero en el fondo sigue sintiéndose solo, triste, amargado, y eso es algo que no se llena con lo que cree tener de sobra. Aprovechemos esta celebración para volver al Señor, y para ponernos a su disposición. Digámosle: gracias, Señor, por todo lo bueno que nos das, perdón por las veces que hemos hecho caso omiso al llamado de tu amor. En tus manos pongo mi vida, mi alma y mi corazón.

Recuerdo hoy una frase de nuestro muy querido San Juan Pablo II: “Jesús no es una idea ni un sentimiento ni un recuerdo. Jesús es una persona viva siempre y presente entre nosotros. Amad a Jesús presente en la Eucaristía”.

Todos los fieles católicos hemos de ser un pueblo descaradamente Eucarístico.

Reflexión

 

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