Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Urge romper paradigmas

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Veo las vallas que anuncian el libro de Manuel Baldizón. Imagino, solo por un instante, qué hubiera ocurrido con su carrera política en cualquier país desarrollado, luego de conocerse el monumental e innecesario error del plagio. En Alemania, por ejemplo, no habría bastado con retirar los libros del mercado. Tampoco en Estados Unidos. Ni en Finlandia. En esas sociedades, su sueño de ganar una elección estaría descartado.

En cambio aquí, para consuelo de todos los políticos, este bochornoso incidente no pasará de ser una anécdota más de la interminable carrera por llegar a “la guayaba”. Los aspirantes a la presidencia lo saben. También quienes están en el poder. Asimismo, los votantes; aquellos que se percatan, digo. Porque para la masa que apenas sobrevive, o bien para la que se la pasa de maravilla sin enterarse de nada, que el probable futuro presidente de Guatemala incurra en un resbalón de este calibre resulta intrascendente. Es la de nunca acabar.

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Igual somos indiferentes ante el escandaloso irrespeto de varios candidatos, años atrás y ahora, cuando desde el día siguiente de la toma de posesión del nuevo mandatario empezaron a vender como convocatoria a la afiliación un burdo posicionamiento de sus imágenes.

Es decir, dando gato por liebre. Es decir, comportándose con la actitud de “no me importa lo que diga la ley”. Es decir, pintando piedras y árboles durante cuatro años antes y cuatro años después, y cuatro años más después, valga el pésimo uso del lenguaje por mi parte. Hablo de la falta de honestidad que ya es descaro. De la cual, por cierto, no se libra ningún gremio. Entre ellos, la misma prensa.

Sin embargo, como siempre, son pocas las voces que se quejan y se indignan por la desfachatez no solo de políticos, sino además de casi cualquiera que tiene poder. No es secreto quiénes son los que aquí evaden impuestos. Tampoco quiénes compran funcionarios para asegurarse sus negocios turbios o quiénes ordeñan a la cooperación internacional para disparates políticamente correctos.

Sabemos hasta la saciedad quiénes cobran los porcentajes leoninos en la construcción de la obra pública y quiénes se quedan con la tajada criminal de las medicinas a precio de oro.Asimismo, conocemos de memoria los nombres de los alcaldes que se sirven del puesto para “redondearse” jugosos sueldos, no digamos los de diputados que se forran de dinero engavetando leyes de vital importancia, o pasando con errores garrafales y malintencionados las que logran llegar a redacción final.

Es triste la excesiva tolerancia hacia lo torcido que prevalece en nuestro medio; la permanente flexibilidad moral que condena al saqueador de turno, hasta que este se gana el perdón si salpica lo suficiente como para hacer callar a su más severo crítico. Leo un artículo de Moisés Naim en que menciona los enormes adelantos que, desde el año 2000, han logrado varios países en el intento de cumplir las Metas del Milenio.

Dice Naim que en este lapso 500 millones de personas han salido de la miseria. Que nunca antes se han alcanzado semejantes números en la historia de la humanidad. Y eso estimula y entusiasma. Pero no tanto cuando uno revisa que Guatemala, este país hermoso por el que luchamos y vivimos, ha avanzado menos de lo que debió, sobre todo de acuerdo con lo oprobioso de nuestras carencias. Y que su tortuguismo y su vileza se originan en la corrupción y la impunidad, esos males endémicos que se acentúan si el liderazgo es mediocre y ramplón, con el agregado trágico de que a menudo esté abiertamente coludido con las mafias.

Quisiera ver una oposición vigorosa que fiscalizara al actual gobierno y que mantuviera una constante de propuestas para darle luz a este callejón tan sombrío. Me decepciona y me angustia ver una oposición que, sin sonrojo, daña al país con sus sabotajes a la gobernabilidad y sus zancadillas a la consolidación institucional. Y eso incluye, por supuesto, a los grupos organizados que un día viven del conflicto y al siguiente se venden para conseguir prebendas.

Esta administración no ha sido capaz de luchar contra los malandrines de siempre. Peor que eso, le sumó manos peludas al festín. En este país necesitamos disponer de alguna esperanza hacia dónde ver. Nos urge romper paradigmas. Pero no al estilo de Manuel Baldizón. No al estilo de todos los políticos o activistas que sacan raja de nuestra desquiciante y cobarde indolencia.

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