Opinión

Luis Felipe Valenzuela

El camino que lleva a Belén

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Todas las familias son diferentes. Y todas se parecen entre sí. En sus grandezas y en sus miserias. En sus heroicas jornadas y en sus alevosas traiciones. La familia es el origen y la base de nuestras historias personales. De su seno provienen los recuerdos más entrañables y límpidos. Y su postal emblemática, depurada por el maquillaje de los años suele prescindir de lo que enturbia el retrato.

No es extraño ni condenable que uno retoque las memorias con pinceladas de perfección que suprimen, como por arte de afecto, los episodios de estrés emocional o los enfados a media pugna, propios de la convivencia humana. Y muchas de esas memorias ocurren en el guion navideño.

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En el sugerente olor a pinabete. En la juguetona y significativa hechura del nacimiento. En esa manzanilla tan nuestra que rodea las ilusiones de aserrín. Cada familia guarda en su vitrina sagrada sus mejores narrativas de Nochebuena. Las que todos comparten, cada quien a su manera. En la mía hay una genial, de los tiempos recientes, centrada en unos fallidos tamales que se volvieron broma.

Siempre la repetimos para divertirnos de lo lindo. Es la clásica comedia de enredos que termina con un involuntario desastre gastronómico. Y aunque el relato nos lo sabemos de la A a la Z, no podemos eludirlo cada fin de año. Y de la mano con sus jocosos detalles, desfilan cada 24 de diciembre aquellas veladas memorables en las que Santa pasó, siempre con generosidad, porque al final de cuentas nunca fueron los regalos el meollo de este asunto.

Hay familias que hacen tregua durante la temporada e interrumpen guerras para el brindis de Navidad. No sé cuán sano sea eso mentalmente. Pero se da. Y hay otras que ahondan los conflictos. Que se hieren con mayor ahínco. Que se desgarran con belicosidad ejemplar. No soy quién para juzgar a nadie. Hay parientes que no tienen remedio, todos lo sabemos. Parientes expertos en arruinar la más amena de las fiestas.

Pero es esencial entender que cada segundo que transcurre, uno está construyendo futuros recuerdos, como lo escribió Sábato. Y que es sabio curarse en salud. Prevenir eventuales debates con la conciencia. Nada debe estropear la puesta en escena del festival de abrazos. Y es oportuno doblegar momentáneamente tanto al resentimiento no resuelto como cualquier precariedad de la billetera.

No es aconsejable pasarse de tragos. Tampoco exponerse a terminar en la emergencia de un hospital por quemar juegos pirotécnicos sin la prudencia debida. Y ni de chiste es cuerdo mezclar timón con licor. O amargarse por tonterías como no recibir el regalo esperado. Por algo a la de hoy se le llama “noche de paz”.

La parranda, palabra que por cierto me desagrada, encaja mejor en Año Nuevo. Esto es fiesta con sabor solemne y meditación hilada por tonadas de cariño. Cena serena; permiso para las golosinas. Y ya sé que sueno patéticamente moralista. Que parezco villancico de popurrí barato. Que doy vergüenza ajena. Pero me corro el riesgo. Aspiro a que a alguien le sirvan estas líneas para evitar desencantos, desencuentros o tragedias.

Total, nos merecemos un descanso de los cínicos e imperdonables abusos a los que nos someten el crimen y la corrupción. Al menos por hoy, me rehúso a pensar en ese atropello cotidiano del que somos víctimas. Cambio de sintonía; me permito la calma. Cierro los ojos y por mi mente pasan decenas de historias tiernas e inolvidables, tan célebres como la de los tamales que sabían a rayos, mencionada párrafos atrás.

Tantas memorias. Tanta maravilla que no admite ruidos. Mi madre esmerándose en el arreglo de la mesa con su gusto de decoradora. Mi tío haciendo de la casa una escenografía teatral. Mi padre apareciendo de sorpresa, años después del divorcio. Es preciso no olvidarlo: cada segundo que transcurre, uno está construyendo futuros recuerdos. Conscientes de ello, lo más sensato es vivir de tal manera que haya que maquillar lo menos posible el pasado. Paz, concordia, perdón, buena voluntad, tolerancia y amor son las insustituibles fuerzas que abren ese camino. El camino que lleva a Belén.

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