Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Cosa de hombres

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Se habla poco de algunos sufrimientos muy de varones que abundan en la vida. No es ganga eso de ser el inexcusable proveedor. De ser el obligado a triunfar profesionalmente. El machismo no solo castiga a las mujeres; también lo padecemos los hombres, más de lo que se cree.

Desde la niñez, quien por alguna razón no encaja en el modelo del masculino clásico pasa horas amargas. Porque ser hombre conlleva varios momentos difíciles que pueden ser cruciales en el desarrollo de una personalidad. Sacar a bailar a una chica supone el riesgo de ser rechazado. Declarársele a la joven de los sueños, también. Y aunque hoy se haga por chat, igual es un acto de gran atrevimiento, por más que uno se las lleve de Don Juan. Sabemos de sobra que las mujeres maduran antes. Y nos indigna, en la pubertad, que gusten de compañeros dos o tres años mayores. A todos nos ocurrió alguna vez.

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Las coordenadas de la costumbre nos orillan a ser los que siempre tomemos la iniciativa. Los dominadores de la situación. Los activos permanentes. Y si algo nos falla en el momento clave, la derrota es descomunal. En eso llevan ventaja las mujeres.

Así, cuando los episodios extremos surgen, se espera que demos la cara frente a cualquier asunto que implique valentía. Pero ¿y si no somos tan supermanes como el libreto nos impone? No es secreto que, a menudo, haya infinidad de mujeres más osadas a la hora de la verdad. Mujeres coraje. Mujeres que cambian países.

En las separaciones se da otro de los tremendos dramas para los hombres. Nos corresponde seguir con la responsabilidad económica y, si queremos rehacer nuestras vidas, hay que sostener dos hogares, para lo cual casi nunca alcanza. Como aquel chiste de la barbie divorciada.

Y somos nosotros los que dejamos la casa. Los que perdemos el contacto diario con los hijos. De hecho, se sufre horrores si solo puede verse a los pequeños dos fines de semana al mes. Y hay mujeres que le sacan al exmarido hasta el modo de andar. Mujeres que se aprovechan de leyes que prevén los casos de sujetos irresponsables que nos desprestigian como hombres, cuando abandonan a sus familias y las dejan en total indefensión económica. Lamentablemente, admito, son muchos los que lo hacen. Muchos.

Muy escasamente se reconoce el trabajo doméstico de las mujeres. Ese trabajo fatigoso y sin sueldo que tanto desgasta. Asimismo, pocas veces se considera con justicia la brutal tensión que encaran los hombres al salir al mundo a batallar por los centavos, ya sea como empresarios o como asalariados.

O los dramas de cuando se quiere tirar todo y no puede hacerse porque hay varias bocas que dependen de uno. Y, por ello, el estrés nos mata con tanta frecuencia cuando estamos a mediana edad. No digamos en el momento en que, por alguna razón, perdemos el empleo cerca de los 40, y al consultar los clasificados nos encontramos con que piden profesionales con maestría, menores de 35.

Es ocioso negar que las mujeres soportan cargas mucho más adversas que los hombres, pero es también despiadado olvidarse de los nada sencillos retos que el sistema diseña para los varones. Retos crueles e implacables. Los hombres no siempre son tan fuertes. No siempre tan temerarios. No siempre tan héroes. Ni siquiera llorar se nos permite a nuestras anchas. Y eso es un error. Un error que flagela. Y para superar semejantes trabas transcurren años. Décadas. Vidas enteras. Hay quienes se mueren sin resolver del todo ese conflicto.

Me chocan los machos que pretenden afirmarse mediante acciones tan vulgares como rechinar llantas, ser malhablados, llevar pistola al cinto, hacer alarde de borracheras o jugar a perdonavidas.

Admiro a los hombres que no precisan de estridencias para demostrar su masculinidad, pues al final de cuentas, lo más valioso de ser varón es poder apreciar a las mujeres con ojos que descubran su estética integral, profunda y sabia.

En síntesis, en este “día del hombre”, convido a todos los homenajeados a no rendirse, pero a la vez, a permitirse la suprema libertad de asumir con orgullo nuestra parte femenina. Y también a respetar a las mujeres. A adorarlas. A no oprimirlas ni maltratarlas. Ser un caballero no pelea con nadie. Ser un caballero es cosa de hombres.

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