Opinión

David Trads

La concentración de la riqueza en Chile es un gran desafío

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La primera vez que supe de Iván Fuentes, un pescador de Aysén, una región en el sur de Chile, inmediatamente reconocí a un activista político con un gran potencial.

Él orquestó grandes demostraciones en febrero que duraron más de un mes y que terminaron en violentas confrontaciones con la policía, pero este tipo tocó la fibra sensible de miles mientras demandaba un país más justo y transparente. A menudo Chile es considerado un faro brillante que el resto de América Latina debería copiar, debido a su alto crecimiento y su bajo desempleo, pero hay un gran desafío en su exitosa historia: una desigual distribución de la riqueza:

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“Hay unos pocos que hacen mucho, y muchos que no hacen nada. Eso propaga la rabia”, declaró Fuentes la semana pasada cuando promovía su candidatura a un cargo político en el Congreso chileno. Le hablaba a Al-Jazeera, un canal árabe que, por lo general, hace cubrimientos desde un ángulo izquierdista, mientras intentaba enfatizar en su tema de campaña: una distribución más justa de la riqueza de su país.

Un estudio reciente de la Universidad de Chile documenta lo que todos sabemos desde hace un largo tiempo: Chile está entre las naciones más desiguales del mundo. El 1% de la élite es dueña de más de 30% de toda la riqueza. Solo cuatro familias controlan más del 50% del comercio del mercado de valores. Los más acomodados están cerca de monopolizar las industrias más importantes, como los medios de comunicación, la minería, las farmacéuticas, la energía, los bancos y el comercio minorista.

La versión de la economía de mercado introducida por los llamados “Chicago Boys”, porque los economistas destacados durante la era de Pinochet eran educados por Milton Friedman en la Universidad de Chicago, es responsable tanto de la excepcional economía del país como de la distribución inequitativa en el desarrollo. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, los chilenos se han dedicado a crecer y a crecer, y ahora son igual de ricos que algunos países del sur de Europa.

La otra cara de la moneda del Chile de hoy –como unas pocas naciones africanas pobres– es estar entre los peores del mundo cuando se habla de repartición de la riqueza.

Óscar Guerrero, un pescador de Aysén, se quejaba ante “Al-Jazeera” sobre la presión que ejercen las grandes industrias y que dificultan su supervivencia. “Solo podemos venderles pescado a esos empresarios, pero nos pagan tan poco que ni siquiera se cubren los gastos de gasolina de nuestros botes. Ellos tienen unas embarcaciones gigantes que revuelve el agua, así que hay menos peces en la costa”, explicó, en algo que podría ser una analogía para la mayoría de las empresas.

Luis Infanti, el obispo de la región, es un vocero de la oposición a la concentración de la riqueza, y culpa a los legisladores: “El problema no es la gente que compra, sino quienes permiten que ellos sigan comprando cada vez más cosas y que así el país sea propiedad de unas pocas familias”.

Sebastián Piñera, el actual presidente, ha luchado con problemas similares desde hace varios años. Ha encarado duras demostraciones no solo la de Aysén en el sur, sino también muchas y muy frecuentes lideradas por los estudiantes en las principales ciudades, incluida Santiago. Las exigencias son siempre las mismas: una distribución equitativa del dinero. El nuevo mandatario afrontará el mismo desafío mientras que un grupo mayoritario en la clase baja y media ve cómo unos pocos huyen con los beneficios del progreso.

Otros en los países latinoamericanos han visto el mismo desarrollo en años pasados. Más claramente en Brasil, en donde cientos de millones se tomaron las calles en junio durante la Copa Confederaciones quejándose sobre las mismas temáticas que los chilenos. El mayor riesgo para las estructuras del poder en el continente es obvio: si no reparten la riqueza, su población seguirá protestando.

 

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