Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Tan igual y tan distinto

Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Es sábado por la tarde. Siento enorme curiosidad de leer los cuentos de Alice Munro, Nobel de Literatura 2013. Pienso en comprar uno de sus libros, pero antes pregunto por teléfono si en la tienda disponen de algún ejemplar. “Agotados”, me dice una voz incolora. Sin muchas vacilaciones, voy a mi i-Pad y asunto arreglado. Dos horas más tarde ya leí tres relatos de la autora canadiense, publicados en diarios españoles. Estoy fascinado. Hasta empiezo a percibir la garra de su estilo. Pero me golpean sus historias. Tan igual y tan distinto a como me impresionaron los poemas de Octavio Paz cuando decidí leerlos en 1990, luego de que le concedieran el mismo galardón del que ahora disfruta Munro. En esas estoy cuando mi hija me cuenta que Coldplay ha lanzado una nueva canción. Oírla juntos es impostergable. Un par de clics en la computadora y “Atlas” me engancha a la primera. Pero al llegar el estribillo, descubro que la melodía me es un tanto familiar. Bajo libros durante 20 segundos y ubico la tonada. Es acaso similar a la obra maestra de T-Bone Burnett que data de 1983. Se lo digo a mi hija, que me ve incrédula. Otro par de clics en San You Tube y listo. La similitud, intencional o no, ocurre al final de la añeja “The sixties”, en la que, por cierto, Townshend aporta la guitarra rítmica. Mi hija sigue dudando de que el parecido sea significativo. Entonces me viene el recuerdo de la Guatemala de principios de los ochenta. La cruenta Guatemala en la que la democracia se veía lejana y hasta imposible. Doblo página electrónica y por medio de un video colgado en Internet, hago un recorrido por la capital en aquellos lejanos años. Un par de clics en la computadora y ahí la encuentro: la sexta, aún sin las ventas callejeras, me sitúa en algunas de las caminatas más memorables de mi vida. El Centro Cívico, tan igual y tan distinto, me obliga a visitar la Municipalidad para el trámite de mi cédula de vecindad, esa cédula hoy caduca e inservible, candidata con honores a terminar sus días en el oscuro y húmedo olvido de una gaveta. Celular que vibra, número conocido. Recibo la llamada de un viejo amigo, quien se comunica para notificarme que en el Facebook de un poeta nicaragüense a quien queremos mucho los dos, hay una foto mía de tiempos remotos. Más clics en el teclado y, sin mucho buscar, la imagen está frente a mis ojos. Es de 1989. Múltiples escenas de mi historia personal se entrecruzan en el filme de carne y alma del que he sido inevitable personaje, utilero y director. “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Y Neruda me sigue recordando que el amor es corto y el olvido, largo. La fotografía es un ejemplo de ello. Ahí me veo con la novia de aquellos días. Su figura perfecta convoca la nostalgia de mis sentidos. Está claro: sus hombros de tersa sutileza, su espalda de litoral crepuscular y sus labios de rebeldía melancólica ya no están a mi alcance. Nunca más lo estarán. Ni aunque intente recuperarlos con un millón de clics en mi tableta youtubeana. Es un alivio, sin embargo, saber a la vuelta de un parpadeo, el cuerpo y los encantos de la mujer ideal. La piel y las ideas de la mujer soñada. La boca y las palabras de la mujer rotunda. El amor, con el paso de los años, es igual y al mismo tiempo tan distinto. Mas con todo y los avances tecnológicos, es lo único que no puede hacerse por Skype. Lo único que entontece a los teléfonos inteligentes. Y así como “los fusiles no cantan”, las pantallas no sienten. Ni tampoco hacen sentir. El venerado tacto que guarda un duende juguetón es la gracia insustituible. La caricia de hoy, que puede ser igual a la de ayer, es al mismo tiempo distinta. Lo sabemos todos. Y para ello no se precisa de varios clics en un frío teclado, sino tan solo de dos almas igualmente distintas que hagan clic entre sí.

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