Opinión

Luis Felipe Valenzuela

La misa criolla

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Por nuestro país, tan propenso al despojo y al saqueo, para que una nueva generación de líderes alcance el ímpetu suficiente como para ser escuchada, roguemos al Señor. Por favor, Señor, óyenos. Ciudadanía nuestra que estás en el suelo, clarificado sea tu nombre. Pero, como Lázaro, procura levantarte. Y hazlo pronto. La muerte no puede contra los milagros. Jamás podrá. El misterio más grande de nuestra fe es que podemos mover montañas. Y si la montaña no va hacia nuestra conciencia, nuestra conciencia debe ir hacia la montaña. No hablo de guerrillas, que conste.

Ratero sin Dios que agitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Es decir, no me asaltes. Rapero con voz que gritas el pecado del mundo, danos la paz. Es decir, cállate. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, los corruptos siguen forrándose de dinero, los diputados continúan sin legislar a favor de las mayorías y los periodistas turbios vociferan con descaro e impunidad su nefasta agenda. Y mientras tengamos levantado el corazón hacia el temor, todos ellos dirán que es justo y necesario.

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Venga a nosotros tu reino, mi tan preciada ética. Que se haga tu voluntad, así la guerra no toma vuelo. O mejor aun: articula a la sociedad y a sus bienaventurados, para que fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevamos a exigirle a la justicia: no los perdones, porque sabían muy bien lo que hacían. Lo que se robaban. Las vidas que aquello iba a costar. Lo saben ahora. Estamos entre ellos y nos vienen peores. ¿Quién puede tirar la primera piedra?

Amaos los unos a pesar de los otros. Que el cuerpo y la sangre de Cristo nos den el suficiente coraje para ganarnos el pan de cada día. Cristo, el más valiente y noble de los hombres, enfrentó el dolor habiendo podido eludirlo. Lo padeció a sabiendas de que iba a sufrir. Lo hizo por nosotros, no por Él. Pensó en la gente, no solo en sus derechos individuales. Y aunque murió y fue sepultado, tres días después resucitó entre los muertos. Y está sentado a la derecha del Padre, pero no se olvida de qué lado tiene el corazón. Nosotros, sus hijos, podemos evitar más dolor, pero para ello no debemos seguir eludiendo nuestras responsabilidades. Ni negar tres veces a los amigos por miedo a la persecusión. Ni lavarnos las manos para no enfrentar nuestro desafío histórico. Ni vendernos por 30 mil o 30 millones de denarios para después ahorcarnos con la soga de la conciencia, o bien con la cuerda del destino; ese destino implacable del “que la hace la paga”. Y así, aunque haya tormentas y tribulaciones, algún día podamos decir que resucitamos de este calvario y que lo hicimos juntos como hermanos.

Cristo sacó a los mercaderes del templo. Nosotros debemos expulsarlos de la política sucia, torcida y cínica. De los juzgados sin ley. De los negocios sucios con firma de cuello blanco. Del inservible Congreso que interpela para insultarnos la inteligencia. De los falsos profetas que comercian con la fe y que son fariseos de la palabra.

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. Y en el rito de las ofrendas, líbranos también de la caridad hipócrita y oportunista. Esa que solo le interesa salir en la foto. Y suplico que siempre sea más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un asesino entre en el reino de los cielos. Y que los Herodes cuya vocación es acabar con los niños recuerden que quien a hierro mata, a hierro muere. Esos Herodes que a veces son los mismos padres de los pequeños.

Cristo nos dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. Ya va siendo hora de que aquí nos la demos fraternalmente. Y de que esté siempre con nosotros, para que así podamos ir en paz, dándole gracias al Señor. Eso, contrario a la violencia que nos exaspera, sí sería justo y necesario.

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