Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Dime que sí, Dios. Por piedad.

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

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¿Será que por fin habrá algo qué celebrar en esta vorágine de trampas que refleja nuestra subdesarrollada política? Dime que sí, Dios. Por piedad. Dime que aún hay algún ímpetu de juicio en medio de tanta desidia intelectual. Algún vestigio de decencia entre tanto lodazal corrupto. De la nada, los diputados empiezan a hablar de reformas en la Ley Electoral.

Esa ley cuyas urgentes modificaciones todos apoyan en público, pero que rehúyen materializar en un consenso viable. Extraña tanta bondad. Mucho. Y por semejante ataque de madurez del Legislativo nos vemos obligados a reflexionar acerca de cuál es el “gato encerrado”, y no en dudar de que haya. Aun así, les tomo la palabra a los congresistas si de verdad quieren lavar cara y darle una oportunidad a Guatemala.

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Que nadie lo olvide: en este país sin estructura de jubilación, llegar a funcionario y disponer de cierta discrecionalidad representa el “ahora o nunca”. Y las temporadas electorales, cada vez más extendidas e interminables, constituyen el meollo del negocio. ¿Será posible entonces que el Congreso se atreva a pasar a la historia, amarrándole aunque sea un poco las manos al perverso sistema de los “desinteresados aportes” que nutren con millones las tan onerosas campañas? Parece increíble que ocurra. Y sin embargo, se mueve.

Hace rato que se habló de que la propuesta es otorgarle a los partidos un retorno por voto de $5 y no de $2. Y eso no es suficiente, dirán unos. O que es demasiado, exclamarán otros. Y ambos tendrán razón en que no representa exactamente el tan cacareado financiamiento estatal para la democracia. Pero es algo; una primera piedra. Aunque lo esencial estribe precisamente en que hagamos conciencia, como sociedad, de que es impostergable evitar que cuando asistamos a las urnas, votemos por financistas a quienes la población les viene literalmente del Norte, y no por plataformas programáticas y equipos de trabajo.

Y aunque el milagro no puede dar para tanto, pues en todo el mundo el poder económico influye de una manera u otra, por lo menos deberíamos, como sociedad insisto, propiciar que haya la mayor igualdad de condiciones en el manejo de recursos de campaña, para que algún día llegue al poder la mejor opción, y no la opción más y mejor mercadeada, o, para ser exacto, la que regale más láminas o la que se robe antes y con más boato la salida.

Impedir que a la puerta de los partidos y de los aspirantes lleguen “bolsas de dinero en efectivo”, como lo relata el diputado Mario Taracena, es prácticamente imposible. Pero el sistema ya dio de sí. El descaro de ver tanta valla asquea. Y lo que es peor: sin un Tribunal Supremo Electoral con suficientes dientes como para morder, con la ley, a quienes osen presentarse como una alternativa para ocupar los puestos de Estado, violando sin sonrojo la normativa vigente.

Según me dijeron los diputados Aleksander Castillo, Nineth Monenegro y el mismo Taracena, son dos los artículos que no permiten el acuerdo. Uno, el del acceso a los medios; el otro, el “de género”, cuyo propósito es obligar a que se impongan cuotas en las ofertas electorales. Y aunque esto no le simpatizará a quienes abogan con vehemencia por una representación más incluyente, la cual –admito- es vital, yo considero que si se norma con propiedad y decoro el manejo de recursos para lograr campañas más igualitarias, eso sería por ahora más importante que el asunto de minorías.

Los diputados antes mencionados consideran que ese tema puede manejarse con “transitorios”. Pero el asunto del espacio en los medios sí genera roncha, y no solo en la 9ª avenida. De ahí la pregunta de inicio: ¿Será que por fin habrá algo que celebrar en esta vorágine de trampas que refleja nuestra subdesarrollada política? Me cuesta creerlo, pero no me queda más que tomarle la palabra a los diputados que parecen tener la voluntad de dar el paso.

Mi opinión es categórica en este sentido: sin las modificaciones correctas en la Ley Electoral, no vamos hacia ninguna parte. Sin embargo, como dice el Arzobispo Metropolitano, Oscar Julio Vian Morales, de no existir un compromiso real para que esta ley o cualquier otra se cumplan, de nada servirá que celebremos una votación victoriosa en el Congreso. Se menciona además que podría legislarse en materia de transparencia y de aduanas en el corto plazo. No parece creíble tanta bondad. Pero, como mortal que soy, me aferro a la esperanza de que el país camine. Y lo resumo en esto: Dime que sí, Dios. Por piedad.

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