Opinión

Luis Felipe Valenzuela

El tan esquivo pacto

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

¿Qué va primero en un pacto de élites? ¿Decidir qué elites merecen sentarse a negociar o determinar el pacto mínimo que podría alcanzarse? Supongamos que primero se elige a los interlocutores.

¿Quién goza de la estatura moral y la base técnica para elegir a esos grupos representativos de la sociedad? ¿Qué le parece si lo hace el Foro Ecuménico? ¿Confiaría acaso en el Consejo Económico y Social? ¿O considera más apropiado al Foro Guatemala?

Me lanzo con una quinta opción: ¿cómo vería un grupo de cinco notables que gozara de la confianza de dirigentes sociales, empresarios, tanques de pensamiento, artistas, sindicalistas, periodistas, políticos y sectores indígenas? ¿Qué nombres se le ocurren a usted? Los que pasan ahora mismo por mi mente de seguro serían inmediatamente vetados por muchos lectores. No porque carezca de criterio; las razones son otras.

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En algunos casos, por diferencias marcadas de opinión con mi propuesta de notables. En otros, porque desconfiarían de su procedencia gremial. En algunos más, porque pensarían que existen cinco o 30 con mayores capacidades o bien sencillamente porque no los conocen.

Y claro, no faltarán aquellos que, por no ver sus propios nombres en la lista, descalificarían a los que yo mencionara. Aquí abunda la gente a la que le encanta el protagonismo mediático. Gente a la que le fascina aparecer en la foto, pero que no se compromete. Gente que dice amar al país, pero que en realidad solo se ama a sí misma.

Apunte importante: sigo sin lograr un camino para reunir a cinco excepcionales que pudieran convocar a las élites del país e intentar un acuerdo. Y así aterrizo en la raíz del problema: no disponemos de suficiente liderazgo confiable que, de manera medianamente transversal, genere confianza en los otros liderazgos.

Casi cualquier nombre que se ponga a circular sufriría la inmediata descalificación. “Este no, porque es empresario, y los empresarios son explotadores y retrógrados”. “Este tampoco, porque es indígena, y los indígenas son atrasados y revoltosos”.

“Este menos, porque es periodista, y los periodistas son carroñeros y vendidos”. “Este ni de chiste, porque es dirigente social, y todos esos son antidesarrollo”. “Este nunca, porque es la de San Carlos, y entonces es comunista y resentido”.

“Y ese otro jamás, porque es de la Marro, y esos son trogloditas neoliberales”. Y así sucesivamente, hasta el cansancio. Permítanme insistir en que, a estas alturas, no he podido llegar hasta esas elites que podrían sentarse alrededor de una mesa en pro de un pacto.

Solo he hablado de quienes podrían estructurar ese diálogo. De esos cinco notables. Pero si de pronto, por algún azar del destino, pudiéramos aceptar que fueran cinco personas de prestigio las que hicieran el llamado, la pregunta obvia sería: ¿qué sectores tendrían que conversar? ¿Por qué escoger a esos grupos y no a otros? ¿Qué hacer con aquellos conglomerados que quedarían fuera? ¿Tendrían los seleccionados la fuerza vinculante suficiente como para aplacar la embestida de las elites ilegítimas y criminales?

Tal parece que avanzar en ese pacto tan ansiado por quienes decimos que Guatemala nos importa es mucho más complicado de lo que aparenta. Y, de hecho, así es. Pero no tanto por las complicaciones que planteo líneas atrás.

Es por asuntos mucho más sencillos, que de tan sencillos se vuelven extremadamente complejos. Tan simple como esto: casi nadie está dispuesto a sacrificar nada. Ni en lo personal ni en lo colectivo. Ceder parte de mis privilegios, nunca. Volverme parte de la solución, jamás. Antes muerto que escuchar al oponente ideológico o al que propone un camino diferente.

¿Queremos un pacto de élites para hacer que arranque el país? Entonces empecemos por un ejercicio de humildad que nos cuesta horrores a casi todos.

Veámonos en el espejo y repitamos varias veces, “aunque yo sea lo máximo, no tengo toda la razón”. A ver, repita conmigo: “Aunque yo sea lo máximo, no tengo toda la razón”. ¿Verdad que le cuesta? No se sienta solo (a). A mí también. Soy guatemalteco.

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