Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Imaginarse a cinco años plazo

Escritor,  periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Como es usual en un país lleno de ajetreos y arbitrariedades, sobran los temas para escribir. Pero hoy empiezo por expresar mi rechazo a la decisión presidencial de rebajar el impuesto de circulación de vehículos, avalada de manera irresponsable por el Congreso. Es una ley injusta, populista e improvisada. Desleal con quienes pagamos a tiempo. Estimulante para aberraciones como la “hora chapina”, en la que mostramos a diario nuestro patetismo tercermundista.

Me llama un amigo que un día antes de anunciada la medida vendió su automóvil ya con calcomanía comprada. Estaba de pésimo humor. Nadie le devolverá el dinero que perdió por ser cumplido. Y no queda convidado para tributar como se debe.

Con toda la razón. La tan cacareada certeza jurídica sufre un golpe bajo y artero. Y mi amigo me añade que tampoco le hizo gracia la amnistía fiscal. Dice que se premia a los morosos y se castiga a los que acatan la ley. Esto evidencia, de nuevo, que los partidos políticos que alcanzan al poder siempre llegan a dar palos de ciego, porque son buenos para la campaña, pero incapaces de ser estadistas.

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Triste y preocupante. La “mano dura” que yo me aventuraba a esperar, obviamente no la de la limpieza social, era la del orden. Pero contrario a ello, el caos gubernamental se percibe por doquier. Estos cambios intempestivos lo retratan de cuerpo entero. Mucho menos hay firmeza.

No se ve voluntad de sentar precedentes. Se cambia a ministros, pero se les coloca en otro puesto. No se llama a las cosas por su nombre. No hay rumbo. Hoy se es crema y mañana se es rojo. Pasado, del Aurora. Nula claridad administrativa. Mientras tanto, masacran a ocho policías en Salcajá, hasta hace poco un poblado tranquilo. No hay tal recuperación de territorios.

Y la “mexicanización” de nuestra violencia sigue bala, quise decir viento en popa. Hasta tal punto que el notable logro de casi desarticular la banda de violadores del área de Cobán pasa inadvertido. La percepción le juega en contra al Gobierno. Cada vez más. Así como las cifras. Sin embargo, donde hay que tomar decisiones profundas y transformadoras, ahí no pasa nada.

En el combate a la corrupción, por citar un rubro de los apremiantes. O en el subsidio al transporte. O en la compra de medicinas. O en el pago de facturas a financistas. O en el errático programa de televisión “De frente con el Presidente”, que ni siquiera está bien producido. Son muchas cosas. Y lo paradójico es que el mandatario da para más. Él lo sabe. Si tan solo se imaginara a cinco años plazo.

Al paso que van los acontecimientos, no lo vislumbro bien ubicado en los libros de historia. Y muy posiblemente podría llegar a recibir una doble condena; la de una presidencia fallida y, si se descuida, la de la justicia. Porque con la oposición que busca el poder y a la que técnicamente “le toca”, no sería extraño que la persecución en su contra cuando deje el cargo fuera implacable.

Odio el concepto mentiroso y engañabobos de la “mano dura”. Siempre lo vi como una golosina demagógica para un electorado en plena desesperación y corto de ideas en manejo de Estado. Pero tal como lo apunté antes, sí comulgo con el orden y la determinación. Sobre todo en los amargos y sangrientos tiempos que corren. Otto Pérez Molina fue un artífice clave en la firma de la paz.

Injusto sería regatearle el mérito. Y como candidato prometía más de lo que ha dado hasta el momento. Su ruina es la ruina de todos. Y estoy seguro de que no levantará sus números en las encuestas con medidas populistas como la de bajar impuestos. Si iba a hacer eso, mejor hubiera estructurado bien la actualización tributaria, haciéndola solvente y, en lo que cabía, inapelable.

A Pérez Molina le urge verse en el espejo y conversar consigo mismo sin tapujos. Con valentía. Sin temor a quedar mal con sus cercanos. Por de pronto, yo vuelvo a decirle: si tan solo se imaginara a cinco años plazo. Tal vez ni cinco. A tres. De más está mencionarlo: el reloj se cuenta entre sus peores enemigos.

 

 

 

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