Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Heidy Véliz

Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Las redes sociales producen celebridades instantáneas. El caso más reciente: Heidy Véliz. Su mérito: protagonizar, en el país de la eterna protesta, una que resultó fuera de lo común. Y también asumir las consecuencias de ello, sin rubor y sobre todo sin jugar a víctima.

Sucedió así: a eso de las 6:50 de la mañana del jueves 4 de abril, esta vecina de Villa Nueva atravesó su automóvil en el carril reversible y obstaculizó el paso. El caos fue descomunal.

Ella estaba furiosa porque, según me dijo ayer en una entrevista, la PMT local iba a retenerle sus papeles y a “confiscarle” el carro, luego de manifestar su enojo por el manejo del tráfico en el lugar.

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Hubo quienes la volvieron su heroína al enterarse; otros la vituperaron. Pero nadie pasó por alto su osadía. Lo cierto es que de todas las manifestaciones de la semana, que no fueron pocas, la de ella fue la que realmente causó conmoción y puso en qué pensar a la gente.

Es decir, alcanzó un logro preciso además de su particular catarsis. Logró, por ejemplo, que la gente se fijara en el problema que, con razón o no, a ella le molestaba.

Y logró algo que, ni por asomo, concretan las repetitivas marchas que, a veces con causas justificadas y otras con peticiones imposibles y sospechosas, obstaculizan el tránsito en la capital, o bien en alguna carretera. “Estrés social” lo han llamado los expertos.

Yo, por mi lado, lo veo como una acción más, aunque original, en el país en que cada quien termina haciendo lo que le da la gana. Total, como diría el poeta, aquí no pasa nada. Sabemos de sobra que la corrupción nos carcome casi por todas partes, pero somos incapaces de accionar. Sabemos, asimismo, que las instituciones no terminan de consolidarse por falta de vigilancia, pero no nos tomamos el tiempo para darles seguimiento.

Ahora bien, si alguien se atreve a decir algo en las redes sociales que nos toque alguna parte de nuestra vocecita “políticamente correcta”, o bien si se incurre en un gazapo en la digitalización de una noticia, entonces la reacción es incendiaria y envalentonada.

Nos sale el patriotismo y la Real Academia Española por cada poro y queremos linchar a quien ponga en duda nuestros emblemas de identidad, o bien “nos ofenda” con cometer una falta de ortografía en algún texto, aunque muchos de los que critiquen escriban umano sin “h” o bentaja con “b” labial. Y no me opongo a que la gente defienda sus patrimonios espirituales o que repare en algún horror idiomático. Es más: lo veo con simpatía y con entusiasmo.

Pero me llama la atención, y hasta me indigna, que seamos tan valientes para condenar un comentario desafortunado de alguien que, sin esconderse, emite su opinión, o tan implacables para tildar de ignorante al que se resbala en los asuntos ortográficos en un medio digital, pero al mismo tiempo tan permisivos y tolerantes con quienes, ya sea con descaro o desde las sombras, saquean el país, matan de hambre a la gente, o hacen alarde de tráfico de influencias para conseguir sus espurios fines.

El humorismo desatado luego del episodio Heidy Véliz también demuestra que cuando una sociedad hambrienta de pan y circo le niega el pan digno a casi la mitad de su población y ofrece un circo tan mediocre como en el de Guatemala, el ingenio chapín se las arregla para ponerle sal y pimienta a esta realidad tan saturada de asaltos, desfalcos, asesinatos e impunidad.

La protesta de Heidy Véliz fue, incluso, más comentada que el señalamiento hecho por un testigo del MP al presidente Otto Pérez Molina en el juicio que se sigue por genocidio contra dos militares en retiro. Un señalamiento que, valga decirlo, pone en graves aprietos internacionales al mandatario. Y eso nos pinta de cuerpo entero. Nos decantamos por lo que nos divierte, y no por lo que deberíamos meditar.

Y eso, debo apuntarlo, a lo mejor es hasta sano. Meditar este país, aunque impostergable, es sumamente doloroso. Muchas agendas de cloaca nos circundan. Muchos personajes oscuros pisotean a diario la luz de la esperanza. Reírnos de nuestra desgracia es, por lo menos, terapéutico. Total, como dijo el poeta, aquí no pasa nada.

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