Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Más armas, más paz

Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7 @lfvalenzuela

Parece indiscutible que despistolizar al país es una idea descabellada. ¿Cómo se les puede atravesar por la mente semejante disparate, valga el término? En un ambiente tan sensato como este, uno se pregunta de dónde salen ocurrencias tan bizarras.

La paz solo puede arribar a nuestra querida Guatemala si hacemos precisamente lo contrario. Es urgente que, si posible, cada ciudadano (a) porte un arma consigo. De acuerdo con el poder adquisitivo de cada quien, claro. Unos que lleven al cinto una Pietro Beretta. Otros, una hechiza. Un adolescente, la mini uzzi, como ya pasó recientemente. Un empresario, granadas o bazuca. Una anciana, algo más light, como un revólver. Diputados, una Walther o una Colt; nunca un paralizer. Ideal si logramos un récord para nuestras metas del milenio y sobrepasamos el número de celulares con metralletas, escuadras o fusiles de asalto.

¿Qué delincuencia habría con tan estructurada organización de un pueblo en armas, valga la alusión? Vislumbre usted este sosegado edén con la dulce y seductora fragancia de la pólvora como perfume de la tolerancia y el diálogo. ¿Lío o discusión marital fuera de tono? No duraría. Uno o varios balazos pondrían fin al pleito. El primero de la pareja que apretara el gatillo estaría contribuyendo con la armonía familiar. Y eventualmente hasta podría convertirse en figura digna de imitarse, como le sucedió a un muy responsable padre hace un par de semanas en Jutiapa, que con su heroico ejemplo propició que su hijito de seis años matara a su primita de ocho, a lo mejor volviendo reality show algún videojuego.

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¿Y qué decir del tráfico? Con el 95% de automovilistas armados, las policías municipales de tránsito serían prescindibles, pues resultaría impensable que la cortesía no abundara entre los pilotos, para así evitarse el trago amargo de un tiroteo por alguna patanería en la circulación vehicular. A lo que es oportuno agregar que nadie tendría que seguir molestándose en pagar seguro, ya que quién va a intentar huir luego de chocar a otro, a sabiendas de que si osara irse, se correría el riesgo de ser acribillado a balazos.

El valor preventivo de las armas no ha sido evaluado en su justa dimensión por quienes planifican políticas públicas. Grave error. ¿Cómo aceptar que el Procurador de los Derechos Humanos no haya reparado en una sutileza tan obvia? Sin olvidarnos del descuido de las autoridades que han empujado el tema de una justicia especial para erradicar el femicidio. Si hoy día ocho de cada diez los cometen las parejas o las ex parejas, con igualdad en armamento ese tipo de crímenes, pasionales o no, dejarían de suceder.

Las armas, de nuevo, haciendo su aporte a una sociedad cada vez más equitativa e incluyente, logrando de un plumazo (¿o plomazo?) lo que ninguna marcha de protesta alcanza. Y ya que tocamos el tema, ¿se imagina usted un país sin bloqueos de carretera? ¿Bendición, verdad? Porque quienes se atrevieran a obstaculizar el paso en la vía que fuera, serían de inmediato desalojados por múltiples voluntarios que, pistola en mano, no vacilarían en hacer respetar la libre locomoción. Es decir, un dolor de cabeza menos para el ministerio del Interior, el cual pasaría a ser inservible y obsoleto, pues con una comunidad tan civilizada y pacífica, no tendría ya razón de ser.

Los delincuentes prefieren víctimas desamadas. Ergo: mientras más armas, menos víctimas. Sin olvidarse de la vital y significativa incidencia en la economía que traen consigo los armeros con su noble y desinteresada actividad empresarial. En síntesis, pistolizar a Guatemala es la única y más eficaz manera de salvar a esta decadente sociedad de gente obtusa que clama por el fin de los asaltos y los ataques de sicarios.

¿Por qué no se nos había ocurrido antes? ¿Por qué esas brillantes ideas no nos vistan como ráfagas, valga la palabrita? Consejo: haga la guerra, no el amor. En la guerra, contrario al amor, un corazón roto no vuelve por otra. Y eso evita sinsabores, desilusiones y penas.

No lo olvide: a más armas, más paz. Repítalo cuantas veces pueda después del Padre Nuestro, o de la oración que le enseñó el pastor. Da lo mismo: un fusil o una escopeta no tienen ideología.

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