Opinión

Paola Rivano

Orgullo malo

Paola Rivano,
Coach y conferencista internacional, Www.paorivano.com,
Twitter @paorivano

Hay dos formas de ver el orgullo: si lo vemos desde un punto de vista positivo, este nos dignifica y enaltece nuestra autoestima.

Pero también está el orgullo malo, de este hablaremos hoy.

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Como buena Leo, desde muy chica siempre fui muy orgullosa.

Prefería dejar de salir a pasear con tal de no disculparme con mi mamá por algún error que había cometido.

Cuando me peleaba con alguien, el orgullo me llevaba al punto de creer que tenía la razón y que toda la responsabilidad recaía en la otra persona.

Por ende, no era capaz de aceptar mi responsabilidad, ni mucho menos de tratar de enmendar la situación.

Buscando siempre en un tercero al culpable de los hechos y de ser posible siempre salir victoriosa y sin faltas.

No recuerdo cuál fue exactamente la vivencia o el acontecimiento que me quitó ese orgullo, pero hoy habiendo vivido los dos tipos de vida, puedo decir decididamente que ser orgulloso es sumamente doloroso.

La Real Academia Española (RAE) define al orgullo como: “Arrogancia, vanidad o exceso de estimación propia”.

En mi opinión, una persona orgullosa es quien nunca da su brazo a torcer y, a pesar de que sabe que tiene responsabilidades sobre los hechos, jamás los asume y vive “tirándole el muerto” a alguien más.

Una de las cosas que más me sorprende del orgullo es todo lo que perdemos por no dar nuestro brazo a torcer; perdemos amigos, parejas, trabajos e incluso a nuestros seres más queridos.

Cuando recién llegué a vivir a Guatemala, vivía en una colonia que tenía un sitio baldío enorme, con un árbol precioso y siempre me llamó la atención que no lo convirtieran en un parque para ir a leer o para que los niños jugaran en las tardes.

Un día decidí preguntarle a la administradora de la colonia y me dijo que ese terreno era de unos hermanos que llevaban más de 20 años peleando por él y que, como no se hablaban entre ellos, no iban a convertir el terreno en parque hasta que no resolvieran sus diferencias.

Recuerdo que en ese momento pensé ¿será que una familia se puede pelear por un pedazo de tierra al punto de no hablarse? Creo que no necesito decir la respuesta.

¿Cuántas veces nos vemos en una situación en la que ambos involucrados tuvieron la culpa o quizás ninguno, pero nadie lo quiere aceptar.

Se miran y esperan que sea el otro el que tire la primera piedra.

Muy en el fondo, el orgulloso sabe que él tuvo parte de la responsabilidad, pero no lo acepta; no lo quiere reconocer, ya que hacerlo significaría tener que disculparse.

Todos de alguna u otra manera tenemos orgullo malo, la pregunta del millón es: al final ¿qué sacamos? Los únicos perjudicados somos nosotros.

Incluso si no tuviste la responsabilidad, piensa ¿qué vale más? Tu orgullo o tu familia o lo que sea que esté en juego.

Quien no es orgulloso, no tiene miedo a mostrarse vulnerable, ya que al fin y al cabo todos los seres humanos lo somos.

Si dejas tu orgullo, nada tendrá la importancia suficiente para quitarte la felicidad.

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