Opinión

Luis Felipe Valenzuela

Congreso espejo

Escritor, periodista y director general de Emisoras Unidas 89.7

Cumple 50 años James Bond. Y también la crisis de los misiles. Y los Beatles. Mucho de lo que me seduce para escribir. Pero es inevitable referirse al Congreso. Ineludible preocuparse por lo que ahí sucede, pues, igual que en el país, la tensión crece en sus pasillos. Aceptémoslo: con sus dimes y diretes, el Palacio Legislativo no es más que el reflejo de una Guatemala muy cercana al desborde.

El partido oficial es un polvorín. No son dos grupos los que se sacan la lengua entre sí. Son como cuatro. O tal vez cinco. ¿Quién me explica que hubiera tantos precandidatos a la presidencia del Parlamento y que el elegido fuera uno que ni siquiera se mencionaba entre los contendientes? No se le viene una tarea fácil a Pedro Muadi.

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Lo oí decir  que quería devolverle el prestigio al Congreso. Pero por más buenas intenciones que tenga, la historia rema en su contra. Y también las condiciones. Equivale, en un lenguaje más acorde con su experiencia, a hacerse cargo de una empresa, a punto de la quiebra, con un paupérrimo recurso humano y sin el equipo suficiente como para competir. La idea la saco de una charla con el analista Manfredo Marroquín. Y traslado el símil a lo que ocurre en la clase política concentrada en la 9a. avenida de la zona 1.

Es una bancarrota inminente en la que solo medran las pirañas. Y mientras este sistema casi colapsado le siga generando dividendos a esos pocos que se enriquecen y se aprovechan de nuestra desestructura institucional, veo difícil que el cambio se asome. La situación del país precisa, con urgencia, de manejo en el aspecto político. Manejo que colinda con la cirugía mayor. Crece la conflictividad. Las posiciones conservadoras se acentúan. Se oyen campanas de que la deshumanización del enemigo vuelve a rondarnos, y ello no puede desembocar en otra cosa que no sea violencia. Y de esta ya tenemos bastante. De sobra, diría yo.

El liderazgo débil y mediocre del que disponemos no muestra señales de percatarse, con auténtica visión, de lo que se vislumbra en los nubarrones del horizonte. Con raras excepciones, los diputados que ocupan hoy día una curul pueden presumir de la categoría mínima para ello. Muchas veces aprueban lo que no llegan a leer. No les importa que se les critique con acidez por los bochornos, cada vez más habituales. Ahora hasta confunden la calle con el hemiciclo y queman cohetes adentro.

Es cierto que al pasar la ley contra el enriquecimiento ilícito no va a terminarse con la corrupción. Sin embargo, es sintomático que no sea prioridad en la agenda. La bofetada al pueblo es rotunda. Y la consigna que se lee es “no aprobamos esa ley hasta que cuadre con nuestros intereses y estemos seguros de que no nos pone en peligro”. En eso, la oposición se entiende a las mil maravillas con el partido de gobierno. Y mientras tanto, el tiempo pasa. Como ya apunté, cumple 50 años James Bond.

También alcanza medio siglo la crisis de los misiles y se celebran cinco decenios de las primeras grabaciones de los Beatles. Pero Bond evolucionó, y los espías que enfrenta ya no son soviéticos. Estados Unidos reelegirá, espero yo, a un presidente de color. Paul McCartney toca jazz, y el hijo de Ringo Starr superó a su padre tocando la batería. Aquí, sin embargo, con todo y los pasos dados, a veces pareciera que seguimos encerrados en la Guerra Fría. Y no pasamos de ahí. Ni siquiera capitalizamos lo que Carlos Fuentes llamó la “paz caliente”. Y aunque es triste reconocerlo, el Congreso es el espejo en el que Guatemala se ve, a diario, sin lograr que la presión ciudadana surja de algún sitio y sea capaz de dibujarnos de nuevo el rostro.

El sistema no da para más. Que la clase política y los líderes nacionales no hagan nada para remediarlo rebasa la simple irresponsabilidad. Hablando en serio, es un crimen.

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