Para la familia Rivera Barrera, participar en la caminata de migrantes hondureños no solo es para buscar una oportunidad laboral, si no también una escapatoria de las pandillas, quienes los han amenazado de muerte, porque su hijo no quiso involucrarse en los crímenes que cometen estas estructuras.
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“La vida se ha puesto difícil, es una decisión tremenda pero la seguridad es complicada y los sueldos en Honduras no alcanzan”, dice Gloria Barrera, quien a sus 58 años ha emprendido la travesía de cruzar Guatemala y México, para poder llegar a Norteamérica, junto con su esposo José Aníbal Rivera, de 54 y su hijo Axel Rivera, de 14.
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Hace dos años uno de sus hijos fue invitado por una pandilla para que formara parte de esta; sin embargo, el menor se opuso y esto provocó que los antisociales arremetieran en contra de sus hermanos y padre. “Si él se metía, tenían que entrar todos sus hermanos”, recuerda doña Gloria, quien descansa unos minutos a un costado de la carretera.
Dejaron todo
“Un día agarramos solo lo necesario y nos fuimos, desde entonces hemos estado moviéndonos en diferentes departamentos”, dice Gloria quien todavía lamenta haber dejado sus muebles y su casa en el departamento de Santa Rita, Honduras.
“Nos amenazaron a todos y si no nos íbamos esos si nos hubieran matado”, reacciona don José Aníbal, quien interrumpe la platica para agregar que su trabajo como guardia de seguridad de una gasolinera no es suficiente para sacar adelante a sus hijos y esposa.
La familia Rivera Barrera, únicamente viaja con lo necesario, dos mudadas de ropa y algunos botes de plásticos llenos de agua, los cuales conservan para poder abastecerse en cada lugar que duermen.