“Ya no quiero vivir más”, dijo David Goodall a una audiencia de decenas de periodistas y equipos televisivos abarrotados en una pequeña habitación de hotel en Suiza. El australiano, de 104 años, viajó esta semana a Basilea con un único objetivo: acabar con su vida.
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Agobiado por la debilidad física que siente a su avanzada edad, Goodall se dijo “feliz de tener la posibilidad de mañana terminar” con su sufrimiento, a la espera de recibir la autorización para someterse a una eutanasia, procedimiento que no es permitido en su país.
El suicidio asistido es ilegal en la mayoría de países del mundo. Estaba totalmente prohibido en Australia hasta que el estado de Victoria lo legalizó el año pasado. Pero esta legislación, que no entrará en vigor hasta junio de 2019, solo afecta a los pacientes en fase terminal con una esperanza de vida de menos de seis meses.
Para Exit International, asociación de defensa de la eutanasia que respalda a Goodall, esta medida es “injusta”. “Es injusto que uno de los ciudadanos más ancianos y destacados de Australia se vea obligado a tomar un avión rumbo al otro lado del mundo a fin de poder morir con dignidad”, declaró la asociación. “Todos los que lo desean deben tener derecho a una muerte digna y apacible”.
“Lamento profundamente haber llegado a mi edad (…) No soy feliz, quiero morirme”, dijo por su parte el australiano.
“No es particularmente triste. Lo que es triste es que me lo impidan. Mi sentimiento es que una persona mayor como yo debe beneficiarse de sus plenos derechos de ciudadano, incluido el derecho al suicidio asistido”.
La semana pasada, Goodall subió a un avión en Perth, en la costa oeste de Australia, rodeado de amigos y familiares que se despidieron de él por última vez.
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Su legado
Investigador asociado honorífico de la Universidad Edith Cowan de Perth, Goodall publicó decenas de estudios a lo largo de su carrera y hasta muy recientemente seguía colaborando con varias revistas especializadas en ecología.
En 2016 copó titulares cuando su universidad le pidió que abandonara su puesto, alegando los riesgos ligados a sus desplazamientos. El centro dio marcha atrás a su decisión ante la indignación que provocó entre la comunidad internacional.
En una entrevista previa, Goodall dijo que apreciaba el interés del público y esperaba que su caso suscitara un debate sobre el suicidio asistido.
Una canción de despedida
Cuando se le preguntó si eligió alguna música para escuchar en sus últimos momentos, Goodall dijo que no había pensado en eso.
“Pero si debo escoger algo, pienso que podría ser el movimiento final de la Novena sinfonía de Beethoven”.
Luego, el australiano entonó un verso de la “Oda a la Alegría” en alemán, conmoviendo a toda la sala y recibiendo aplausos de los presentes.
Cuestionado sobre si tiene alguna duda de su decisión, el anciano respondió con un contundente “no”. “Absolutamente ninguna”.
“Hubiera preferido que esto terminara en Australia y lamento mucho que Australia esté por detrás de Suiza” en lo que respecta a leyes sobre el derecho a morir, sentenció.
El método
Muchas de las fundaciones piden al paciente tomar sodio fentobarbital, sedativo muy eficaz que en fuertes dosis suficientes detiene el funcionamiento del corazón. Pero como la sustancia es alcalina y arde cuando se ingiere, Eternal Spirit, la organización suiza que asiste a Goodall en el proceso, optó por la vía intravenosa.
Un profesional le instala la aguja para la inyección, pero es el paciente quien debe abrir la válvula para que el eficaz barbitúrico se mezcle con la solución salina y empiece a fluir por sus venas.
Goodall dijo que espera que su muerte ocurra a medianoche del jueves (hora local).