Un rayo de luz azul ilumina un cuerno translúcido que emite un sonido grave, como un lamento, en medio de las montañas de Noruega. Bajo temperaturas polares, los instrumentos de hielo cobran vida entre las manos de los músicos.
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En esta noche de febrero hace 24 grados bajo cero en Finse, un pueblo situado a 195 km al oeste de Oslo.
Sentados en bancos helados, decenas de espectadores con ropa gruesa asisten como cada año al apogeo del invierno en un concierto de música con instrumentos de hielo. El anfiteatro es un iglú construido por los voluntarios del Festival de Música de Hielo.
Bajo un cielo despejado, el percusionista Terje Isungset, director de orquesta de esta manifestación única, golpea su xilófono cuyas láminas son como lingotes cristalinos.
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En el escenario, Terje y otros tres artistas tocan sus instrumentos esculpidos cuyas propiedades acústicas se modifican al entrar en contacto con el aire que soplan, el calor de sus manos y el viento que penetra en el iglú.
"No se imagina lo difícil que es tocar instrumentos que se van derritiendo", dice el noruego.
Una cantante envuelve las notas del xilófono con una melopea que recuerda las incantaciones de un chamán, o el "joik", el canto de los samis, el pueblo autóctono del Ártico continental.
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Un contrabajista desliza el arco por las cuerdas de su instrumento, cuyo diapasón de madera está encerrado en un bloque de hielo. Las armonías parecen a veces imprecisas, flotantes, amplificadas por el espacio y la reverberación natural del lugar.
"Estamos en algún lugar entre el arte y la locura", bromea Emile Holba, un fotógrafo británico que participa en la organización de este festival que se celebra en los primeros días de febrero.
"Las cosas pueden complicarse, los instrumentos pueden romperse, [pero] al público le gusta la pureza" de las interpretaciones, asegura.
En plena noche, un miembro del cuarteto sopla en una especie de trompeta larga parecida a un didyeridú australiano o a un dungchen tibetano.
Con información de AFP