“Vine por primera vez a la base (naval) y me acabo de enterar que soy viuda”, dijo entre lágrimas Jessica Gopar, esposa de uno de los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan, desaparecido hace ocho días en el Atlántico Sur. La mujer acababa de ser informada sobre la presunta explosión detectada en el área donde se perdió el navío. Fernando Santilli, electricista del submarino, era su esposo.
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“Fue mi gran amor. Estuvimos siete años de novio, seis de casados y tenemos un hijo, Stefano, que nos costó mucho que Dios nos mandara”, relató Gopar a las puertas de la base naval de Mar del Plata, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, donde los familiares recibieron la noticia.
“Se murieron todos”
“Se murieron todos; es lo primero que pensé”, dijo Gopar sobre el momento que supo de la explosión. Tenía en sus manos un cartel escrito a mano con la fotografía de su hijo que había traído para dejarlo en la entrada del predio naval, poblado de mensajes para los tripulantes.
La mujer relató que, ante la terrible noticia, solo le dieron un vaso con agua y una pastilla para la presión. “Esa fue toda la contención” recibida en la base, dijo.
“No me va a servir una placa que diga \'los héroes del San juan\'”.
“Yo me siento engañada, ¡cómo van a saberlo recién ahora! Son unos perversos y nos manipularon”, dijo por su parte Itatí Leguizamón, abogada y esposa de German Suarez, sonarista del ARA San Juan, al salir de la base.
“No nos dijeron que están muertos, pero dicen que el submarino está a 3 mil metros (de profundidad) ¿qué se puede entender?” dijo, en medio de una crisis nerviosa.
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Casi un centenar de familiares aguardaban esperanzados en el interior de la base naval de Mar del Plata, cuyo perímetro en los últimos días se pobló de mensajes de aliento, imágenes religiosas y banderas argentinas.
En las instalaciones de la base, algunos familiares se abrazaban, otros lloraban desconsoladamente sentados en el suelo.
La Marina había transmitido la noticia a los allegados minutos antes de divulgarlo en conferencia de prensa.
Desconsuelo
Una familiar de un tripulante se acercó abatida a los periodistas, rompió en llanto y se fue. No pudo pronunciar palabra.
“Al escuchar la noticia, se les abalanzaron encima y no dejaron seguir leyendo el parte. La gente se puso muy agresiva”, relató Leguizamón.
“Se hizo una búsqueda para quedar bien, porque mandaron una mierda a navegar. En 2014 ya había tenido problemas (el submarino), porque no pudo emerger y eso no trascendió. Ahora no me importa que se sepa todo, si total él ya no está”, dijo la mujer.
“Él estaba preparado para la muerte. Siempre se confesaba y estaba en paz. Él estaba listo”.
La peor tragedia
“Fuerza para las familias de los 44”, escribió Julián Colihuinca, de 19 años, sobre una bandera de plástico que acababa de comprar.
“Soy hijo de un buzo táctico. La tragedia pega de cerca. Los conozco de cara a muchos de los tripulantes”, dijo, mientras enganchaba la bandera al alambrado que rodea la base.
Desde la entrada se ve el mar, y alejado unos cien metros está el casino de oficiales donde la espera angustiosa de las familias se transformó en un grito desgarrador.
Otro cartel, lleva la firma de los trabajadores de Tandanor, el astillero argentino que hizo el mantenimiento del sumergible que estuvo parado entre 2007 y 2014.
“Nosotros dimos todo de cada uno para que vuelvan a navegar. Ahora te toca a vos traerlos de vuelta”, le dice al ARA San Juan.
La noticia de la explosión, sin embargo, deja poco margen para que haya sobrevivientes.
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