Manuel Antonio Noriega, quien falleció este lunes a los 83 años, fue un temido dictador panameño, muy valorado agente de la CIA, que cayó en desgracia después de ser acusado de narcotráfico y derrocado por una invasión de Estados Unidos.
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La vida de Noriega -quien se hallaba recluido en un hospital desde marzo tras operarse de un tumor cerebral- fue una permanente fuga hacia adelante.
Considerado un militar sin escrúpulos, pudo relacionarse simultáneamente con el capo colombiano Pablo Escobar, el líder cubano Fidel Castro y con múltiples servicios de inteligencia.
En medio de esa carrera hubo opositores asesinados, dudosas fortunas, condenas por narcotráfico, una invasión militar y denuncias de traiciones a repetición.
"Lo más sobresaliente en la vida de Manuel Antonio Noriega es que hizo de la institución (militar) un instrumento, una combinación macabra entre el crimen y el narcotráfico", dijo a la AFP el general Rubén Darío Paredes, a quien el exdictador relevó en 1983 en la Guardia Nacional.
Nacido en la capital panameña el 11 de febrero de 1934 en el seno de una familia humilde, Noriega abrazó muy joven la carrera militar y llegó a dirigir Panamá con mano de hierro entre 1983 y 1989.
Tras participar en 1968 en un golpe contra el presidente Arnulfo Arias, su ascenso se volvió meteórico cuando, un año después, el histórico gobernante de Panamá, el general Omar Torrijos, lo puso al frente del servicio de inteligencia G-2.
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Se sospecha que fue en esa época que la CIA, omnipresente en Panamá para vigilar el Canal, reclutó a Noriega, quien afianzó su poder tras la muerte de Torrijos en 1981 en un misterioso accidente aéreo.
En 1983 accedió a la comandancia de la extinta Guardia Nacional y comenzó su gobierno de facto.
Eran las épocas de gloria, donde vivía con su esposa Felicidad y sus tres hijas (Sandra, Lorena y Thays) en una fastuosa mansión que incluía un minizoológico, casino privado y salón de baile.
En un contexto de guerras civiles en Centroamérica, "Cara de Piña", como le llamaban sus opositores por las abundantes marcas que le dejó el acné, jugó en varios frentes para mantenerse en el poder.
"Difícil hablar bien de él"
Pero todo iba a cambiar y, de aliado fiel de Estados Unidos, pasó a ser un enemigo vinculado al narcotráfico, tras la llegada a la Casa Blanca de George Bush (1989-92), exdirector de la CIA.
En 1986, una filtración de la inteligencia estadounidense llevó al diario The New York Times a señalar el papel de Noriega en el asesinato, en 1985, del opositor Hugo Spadafora, cuyo cadáver fue hallado decapitado.
Pero Noriega siempre negó haber participado en crímenes: "Bajo el nombre de Dios, no tuve nada que ver con la muerte de ninguna de estas personas. Siempre hubo una conspiración permanente contra mí, pero estoy aquí de frente, sin cobardía", dijo.
El coronel Roberto Díaz Herrera, ex jefe del Estado Mayor panameño y segundo del régimen, lo acusó de corrupción, fraude electoral y del accidente que costó la vida a Torrijos.
"Noriega deja una mancha oscura. Es muy difícil hablar bien de él. Fue victimario de mucha gente, pero también fue víctima de la CIA", dijo Díaz Herrera a la AFP.
Esas acusaciones desencadenaron protestas y un clima de inestabilidad social, lo que hizo que Estados Unidos le exigiera abandonar el poder, a lo que el general se negó machete en mano.
Invasión
El 20 de diciembre de 1989, en la llamada "Operación Causa Justa", tropas estadounidenses invadieron Panamá para capturarlo, provocando la muerte de miles de civiles en la que ha sido la última operación de ese tipo de Washington en América Latina.
Tras varios días refugiado en la Nunciatura y bajo el estruendo de música rock que no soportaba, se rindió el 3 de enero de 1990 y fue llevado prisionero a Estados Unidos, donde recibió condena a 40 años de cárcel por narcotráfico, aunque solo cumplió 21 por "buena conducta".
Posteriormente fue extraditado a Francia en 2010 donde fue condenado a siete años por blanquear 3 millones de dólares en bancos franceses para el Cártel de Medellín.
En 1987, Noriega había recibido la Legión de Honor.
Noriega fue definitivamente extraditado a su país en 2011. Llegó en silla de ruedas, avejentado, enfermo y "sin odios ni rencores", según dijo, para purgar tres condenas de 20 años cada una por desaparición de opositores.
Pese a haber pedido perdón y haber sufrido varios derrames cerebrales, complicaciones pulmonares, cáncer de próstata y depresión, las autoridades panameñas siempre le negaron la posibilidad de cumplir sus condenas en casa.
Su hija Sandra dijo hace tiempo a la AFP que la vida de su padre "no entra en un libro".