¿Quién puede permitirse hoy en Estados Unidos mostrarle una tarjeta amarilla a Donald Trump sin arriesgar su cargo? Respuesta: James Comey, el poderoso jefe del FBI.
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No es la primera vez que este gigantesco policía (2 metros de estatura) causa un revuelo, pero el de este lunes es particularmente estruendoso: Comey contradijo de forma categórica al presidente, quien acusa a su antecesor, Barack Obama, de haber ordenado espiar sus comunicaciones telefónicas.
Y lo hizo sin apartarse de la calma que caracteriza a este hombre experto en audiencias en comisiones del Congreso.
Concentrado, con el ceño fruncido, el jefe de la Policía Federal se destaca en esa tarea, en la que logra proyectar una imagen de fiel servidor de la ley, a pesar de que es un zorro de la política.
Foto: AFP
Donald Trump está advertido: las palabras del jefe del FBI, fortalecidas por el carácter oficial de las investigaciones que él supervisa, no se borran fácilmente.
Hillary Clinton lo padeció en carne propia cuando Comey recomendó en una sorpresiva conferencia de prensa en julio de 2016 no denunciar a la exsecretaria de Estado por el caso de sus e-mails enviados desde un servidor privado, aunque comentó que la candidata demócrata había demostrado "una gran negligencia".
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Aquel día, Comey llenó de piedras los zapatos de la exprimera dama en campaña. Pero no conformó a los republicanos, que esperaban que la candidata demócrata fuera formalmente acusada ante la justicia.
Impermeable a las tormentas
Cuando, a fines de octubre, diez días antes de los comicios presidenciales, el director del FBI relanzó el caso de los mensajes electrónicos, los republicanos lo aplaudieron y elogiaron en otoño una autonomía de la que dudaban en el verano. Todo indica que James Comey, de 56 años, es capaz de mantener el timón de la nave del FBI en medio de las tormentas.
Este exfiscal federal y exsubsecretario de Justicia fue largamente marginado por los republicanos, pero fue designado por Obama en el cargo actual. Trump le pidió que continuara en sus funciones.
La tenacidad es uno los rasgos más sobresalientes de su carácter. Combinando firmeza y pedagogía, enfrentó incansablemente a Silicon Valley para convencer a Apple que desbloqueara un smartphone utilizado por el autor de un atentado en California. Finalmente, fueron los expertos del FBI los que lo consiguieron.
Bajo la administración Obama, Comey eclipsó a menudo a su superior jerárquica, la secretaria de Justicia, Loretta Lynch. Esta ratificó así las recomendaciones de no acusar a Hillary Clinton.
Con esta ardiente investigación, consolidó su fama de "francotirador", aguantando los ataques de todos los bandos y saliendo indemne del avispero. Hay que decir que este padre de cinco hijos y de aspecto siempre impecable, tiene experiencia.
El hombre de las redes
James Comey navega desde hace tres décadas en los altos círculos político-judiciales, y se ha fabricado una coraza gracias a la cual a menudo puede enfurecer a las autoridades judiciales e incluso a la Casa Blanca.
Lo hizo, por ejemplo, cuando apoyó a los policías reticentes a comprometerse con su tarea tras la avalancha de críticas que recibieron por la muerte de Michael Brown, un joven negro abatido en 2014 en Ferguson (Misuri).
Convertido en fiscal general interino en 2004, Comey asistió a la llegada de un asesor del entonces presidente, George W. Bush, al hospital donde estaba internado el secretario de Justicia, John Ashcroft.
El asesor presidencial, Alberto Gonzales, intentaba aprovechar la debilidad de Ashcroft para hacerle rubricar una controvertida medida que autorizaba las escuchas telefónicas sin mandato judicial.
James Comey relató este incidente a unos senadores asombrados, desatando así una tormenta política.