La elección de Barack Obama para la Casa Blanca trajo un tsunami de optimismo. Ocho años después, la esperanza de acabar con las tensiones entre blancos y negros en Estados Unidos se ha desvanecido y todos reconocen que para llegar a ese ideal se requiere más que un presidente negro.
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Un nuevo sondeo confirmó el veredicto de muchos estudios: un 52% de los consultados por Gallup estima que el país retrocedió en las cuestiones raciales en los últimos ocho años, contra solo un 25% que considera que progresó.
El propio Obama lo admitió en su discurso de despedida. "Tras mi elección, algunos hablaban de un Estados Unidos post-racial. Aunque tenían sin dudas buenas intenciones, esa no era una visión realista (…) La raza sigue siendo una fuerza poderosa y muchas veces polarizada en nuestra sociedad".
"Muchas veces son necesarias generaciones para cambiar los comportamientos", agregó antes de citar la célebre novela 'Matar a un ruiseñor': "Solo podemos comprender a alguien viendo las cosas desde su punto de vista y metiéndonos en su piel".
Un llamado a un trabajo de comprensión mutua que repitió durante su presidencia, sobre todo en los últimos años manchados de violencia policial contra los negros.
Esas violencias dieron nacimiento al movimiento BlackLivesMatter ("las vidas negras importan"), que desencadenó disturbios en algunas ciudades. Todo ampliao por las redes sociales, donde algunos expresaban abiertamente su rechazo a un presidente negro, contribuyendo a tornar el clima más pesado.
No es sorprendente que más de 50 años después de la prohibición de la segregación racial y 150 años después de la abolición de la esclavitud, muchos tengan la impresión de que las cosas se estancan.
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"Todo el mundo tenía mucha esperanza, la gente lloraba de alegría" tras la elección, "pero el racismo sigue y nadie puede contra él", dice con fatalidad María Fragosa, una puertorriqueña del Bronx.
Obama "no hizo diferencia", estima también Shakeya Mervin, barbero en una peluquería negra de Harlem, pero "si hubiera hecho más, hubiera habido líos".
Dennis Carlson, un blanco que trabaja como analista para una empresa de seguros de salud situada cerca de allí, asegura que Obama "no es el culpable, hizo lo que pudo para mantener la cabeza fría, dio el ejemplo".
La cofundadora del Centro de Estudios de Relaciones Interraciales de la Universidad de Florida, Sharon Rush, explica que desde el principio Obama tuvo que hacer acrobacias. "Siendo negro, sabía que el color hacía una diferencia, y al mismo tiempo debía representar a todo el mundo y la filosofía durante su mandato era que la raza no importa".
"Hizo lo que pudo para no echar aceite al fuego", aunque eso le valió "la desaprobación de aquellos a los que les parecía que no hacía lo suficiente".
La dificultad del diálogo interracial es que todo es "fácilmente malinterpretado", subraya Rush. Y las discusiones son "tensas" y la gente las rehúye, cuando "hay que hablar para mejorar las cosas".
El eslogan 'Black Lives Matter' es un excelente ejemplo que, según Rush, "algunos blancos entendieron como 'la vida de los blancos no importa"".
En un futuro cercano, algo está claro: nadie espera una mejora bajo Donald Trump, que multiplicó durante la campaña las diatribas contra hispanos y musulmanes.
Pero Jena Delville-Joseph, una joven colega negra de Dennis Carlson en Harlem, espera que las nuevas generaciones logren cambiar las cosas. Y ve en las tensiones actuales "el combate desesperado de aquellos que se niegan a ver el país tal cual es. En 20 años, ese país será muy diferente con la evolución de la demografía".
La proporción de blancos en Estados Unidos debe en efecto disminuir un 16% de aquí a 2055. Pero menos blancos no significa forzosamente el fin de su dominio en las instancias de poder como el Congreso o los tribunales, subraya Rush.
La armonía llegará, según ella, de un trabajo sobre uno mismo. Espera que muchos blancos hagan, como ella, "el largo camino" que permite "comprender el privilegio que es ser blanco".