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Las madres 2.0 y las "culpas" que afectan su siquis

Tener que dejar a los hijos al cuidado de otros para seguir con nuestra vida laboral ha implicado muchos efectos colaterales, que nos hacen reaccionar de cierta manera, sin siquiera darnos cuenta

Nuestros hijos, en particular cuando son niños, suelen darnos los momentos más felices y el más profundo sentido a nuestra vida. En ocasiones, cuando los vemos contentos, cuando son tiernos, cariñosos, agradecidos o tienen logros, es cuando sentimos la tibieza de sentirlos bien y de sabernos buenas mamás.

Pero también los hijos son generalmente fuente de nuestras mayores preocupaciones. Muchas de ellas tienen que ver con temas reales que les ocurren y de los que, en general, estamos las mamás todo lo atentas que podemos para prevenir situaciones, para apoyarlos cuando hay problemas, y para potenciarlos, en la medida de nuestras posibilidades.

Además de estas situaciones más objetivas de problemas, muchas veces los hijos también pueden ser los reyes de la manipulación, con habilidad experta para descubrir los puntos débiles de sus padres y manejarlos para lograr sus objetivos, actuando egoístamente.

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La madres que trabajamos solemos ser presa fácil de la manipulación de nuestros hijos, que se demoran poco en darse cuenta que el trabajo femenino es aún reciente en nuestra historia, y que con facilidad nos afloran las culpas por tener a nuestros hijos “botados”.

Entonces, además del habitualmente cuatriple esfuerzo de trabajar, hacernos cargo en forma principal de la casa, de los niños, y del entorno que nos necesite (padres, amigos…), nos cuestionamos e intentamos “reparar” el “abandono” de nuestros hijos. Y aquí es cuando podemos equivocarnos en serio y empezar a gastar lo que no debemos en regalitos para que nos perdonen por llegar tarde, o por estar cansadas para jugar al llegar a la casa; o que podemos permitirles más allá de lo que nos parece adecuado para que no se vayan a enojar y el poco tiempo que pasamos con ellos no se vaya a enturbiar; o podemos también no dejarnos ni media hora para nosotros aunque la necesitemos urgentemente. No es un tema fácil y es muy común, varía la intensidad, la conciencia al respecto, y por tanto cuánto nos dejamos manipular o influir.

Este es un tema relativamente nuevo; hace 100 años casi no existía, porque la mujer estaba en la casa y con los niños “como debe ser”.

Hoy existe en nosotros la pelea entre la mujer antigua, que siente que debe estar en la casa, y la mujer de hoy, que se da cuenta que su vida –y la de sus hijos– generalmente es mucho mejor y más segura cuando la mujer trabaja. Es difícil hoy que una familia viva con un solo sueldo, y esto en los casos más afortunados, que es hijos con mamá y papá presente, y con padre con trabajo. Y además, tenemos el agravante de vivir en un país donde todo se paga, y caro.

En las familias de los sectores de menores ingresos, lo que generalmente marca la diferencia entre ser pobres o no, es si la mujer trabaja.
El mundo al parecer cambió más rápido que nuestras mentes y nuestros corazones. Estamos pagando el costo de la adaptación con estos tironeos emocionales.

Por eso me gustaría hacer un llamado a que las mujeres seamos fuertes, a resistir la tentación de compensar, porque no hay nada que compensar, sino que lo que debemos es ¡felicitarnos! Qué rico que nuestros hijos nos reclamen más tiempo, porque significa que disfrutan el tiempo con nosotros, pero como casi todo en la vida, lo bueno tiene también sus costos. En la mayoría de los casos, el trabajo de la mujer aporta mucho más a la familia y a los hijos de lo que le cuesta, pero tiene evidentemente un costo, y lo justo es que sea asumido por toda la familia, no sólo por la mujer. Los hijos tienen una mamá más cansada y con menos tiempo, sí, pero también gracias a ese mismo trabajo que ocupa tiempo y energía, tienen más seguridad económica, más posibilidades, una mamá más insertada en el mundo, con más relaciones sociales, y una mamá que fue capaz de adaptarse a los tiempos y que está dando un ejemplo gracias al cual a esas hijas les va a costar menos este mismo tema cuando a su vez sean madres; y sus hijos van a elegir mujeres que también se esfuercen trabajando y aportando, y en que la carga económica no recaiga sólo en el hombre. Que al marido le gustaría una comida recién hecha, claro, pero si los dos trabajan, túrnense para prepararla, ¡o es parte del costo y habrá que asumirlo también!

Virginia Satir, escritora inglesa de hace más de 100 años, relataba el sufrimiento de las mujeres de la época que, al no poder acceder a mantenerse por sí mismas, estaban destinadas a ser consideradas una especie inferior y a muchas veces sufrir su destino junto a un marido que si no las quería o respetaba, no tenían cómo salir de ahí. Escribía que soñaba con un mundo en 100 años más, donde las mujeres tuvieran los mismos derechos, pudieran trabajar, mantenerse y votar. Eso llegó. Personalmente, lo considero un regalo, y es gracias al esfuerzo de esas mujeres que hoy tenemos nosotras estas posibilidades. Así que todo lo que logremos avanzar en justicia y reconocimiento nos beneficia a nosotras y a las futuras generaciones. Será gracias a nuestro esfuerzo que nuestras hijas disfrutarán también de esta nueva libertad, pero con menos culpas y más libertad.

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