En su tienda de Bagdad, Anuar vende fotos, fundas de pistola o sellos con la efigie de Sadam Husein, una forma de mantener la nostalgia por el fallecido dictador que, según él, “sabía cómo controlar el país”.
PUBLICIDAD
Aunque algunos consideran que su negocio es controvertido, muchos comparten la necesidad de seguridad de Anuar, 10 años después de la muerte de Husein.
Entre las antigüedades que vende, Anuar está orgulloso de acariciar el cuero de una funda de pistola con la inscripción “De parte del presidente Sadam Husein”. “Era un regalo que Sadam ofrecía a los oficiales que habían hecho méritos”, explica el comerciante.
Anuar reconoce que son pocos los iraquíes nostálgicos del dictador y, por momentos, parece que él mismo es su mejor cliente.
“Busco permanentemente artículos relacionados con Sadam, pero cuando los encuentro, a menudo los guardo para mí”, asegura el joven, que vende sobre todo baratijas -jarrones, pendientes y colgantes- que no tienen nada que ver con la política.
“Sadam Husein demostró que sabía controlar el país”, dice muy serio. “Y digo esto como hijo del sur” de Irak, añade, para indicar que es chií, como la mayoría de sus conciudadanos.
Su entusiasmo por el dictador es, por tanto, sorprendente, ya que el suní Husein fue especialmente duro con los chiíes y los kurdos.
PUBLICIDAD
– Sin justicia –
De hecho, el dictador fue condenado a muerte y ahorcado el 30 de diciembre de 2006, cuatro años después de su caída y de la instauración de un Gobierno de mayoría chií, por la muerte de 148 personas de esta confesión religiosa en 1982 en Dujail.
Así que para Jalaf Abdel Samad, diputado de Dawa, uno de los mayores partidos chiíes de Irak, este décimo aniversario de la muerte de Husein es “el día del final de la cabeza de serpiente que redujo a los iraquíes al rango de ciudadanos humillados”.
En sus 24 años en el poder, Husein reprimió brutalmente a sus adversarios, entró en guerras contra Irán (1980-1988) o la del Golfo (1990-1991), dos conflictos devastadores, y provocó unas duras sanciones internacionales contra su país.
Sien embargo, la invasión de Irak en 2003 por una coalición liderada por Estados Unidos, el atroz conflicto religioso de 2006-2008 y, ahora, la ofensiva contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI) han sumido al país en una aflicción permanente, lo que provoca que algunos añoren la estabilidad del país bajo la férula de Husein.
En la tienda de Anuar, Abu Usama observa los sellos con la imagen de Husein. Es suní y exoficial del ejército del dictador. Paradójicamente, dice que no aprecia a Husein. “Pero me gusta la justicia y hoy en día esta se echa mucho en falta”.
Usama no comprará nada hoy. Ya tiene recuerdos de la época de Sadam en su casa, unas fotos.
– ‘Enorme serpiente’ –
Omnipresentes en las calles y los edificios oficiales durante la dictadura, los retratos de Husein han sido sustituidos por las imágenes de dignatarios religiosos y las fotos de soldados y policías muertos como ‘mártires’ durante su lucha contra los yihadistas del grupo EI.
Una manera de adueñarse del espacio público que no desagrada a Ilaf, estudiante de derecho en Bagdad, que busca piedras semipreciosas en la tienda de Anuar.
Ilaf apenas tenía ocho años cuando Sadam fue derrocado. Es difícil formarse una opinión cuando no se conoció la paranoia del régimen, así que Ilaf recurre a una metáfora: “Sadam Husein era una enorme serpiente. Hoy es una multitud de serpientes la que nos dirige”. Una frase que resume los recelos de los iraquíes hacia sus gobernantes.
En 2015, Irak estaba en el puesto 161 (de 168) en el barómetro mundial de la corrupción elaborado por la ONG Transparencia Internacional. El primer ministro Haider al Abadi tiene dificultades para concretar las reformas prometidas para acabar con esta lacra.