El teniente general Gregorio Álvarez, último dictador uruguayo, presidente durante el régimen de facto que terminó en 1985, falleció este miércoles a los 91 años a causa de una afección cardíaca.
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Álvarez, apodado ‘El Goyo’, fue un militar de brillante carrera, ambicioso y calculador que llegó meteóricamente a los puestos más altos de las Fuerzas Armadas y a encabezar el régimen desde 1981 a 1985 al precio de generar divisiones que perduraron hasta el fin de sus días.
Preso en 2007 por atrocidades contra opositores, estaba separado de otros militares encarcelados por los mismos motivos pero que lo detestaban.
Álvarez fue condenado en 2009 a 25 años de cárcel por la desaparición de 40 personas trasladadas desde Argentina durante su mandato al frente del Ejército. Padecía demencia senil.
Los militares lo nombraron presidente por cuatro años en 1981, diez meses después de que la ciudadanía rechazara en un plebiscito un proyecto de Constitución que aseguraba la continuidad del régimen.
Nacido el 26 de noviembre de 1925 en una familia de militares, fue el tercero de ella en llegar a general. Fue subiendo rápidamente en el escalafón y en 1971, con 45 años, ganó por concurso los galones de general. Aún en democracia, el Congreso autorizó su ascenso.
– Contra los tupamaros –
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En el convulsionado Uruguay de comienzos de los 70, el entonces general Álvarez encabezó el combate a la guerrilla urbana Tupamaros, en la que participaba el ahora expresidente José Mujica.
En una democracia que hervía por la violencia política, las protestas sociales y la represión, participó en negociaciones clandestinas con los Tupamaros sin que el gobierno de entonces estuviera al corriente.
El 25 de junio de 1972 los Tupamaros asesinaron a su hermano, el general Artigas Álvarez, y ese hecho marcó a fondo su derrotero militar y político.
Tuvo un rol protagónico en la gestación del golpe de Estado del 27 de junio de 1973. Se lo considera uno de los redactores de pronunciamientos militares que tenían puntos de coincidencia con algunos postulados de la izquierda.
Su verdadera orientación política fue un enigma. Se lo consideraba afín al Partido Nacional; una fuerza política tradicional que se convirtió en un tenaz enemigo de la dictadura y, en particular, de su persona.
Como jefe de las fuerzas de seguridad, Álvarez fue responsable de acciones contra militantes de izquierda, que a la postre se revelarían en brutales torturas, asesinatos y desapariciones, en el marco del “Plan Cóndor” de coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur.
Su accionar le hizo ganar liderazgo en buena parte de las Fuerzas Armadas. Sin embargo su descarada ambición personal también le generó enemistades porque las Fuerzas Armadas uruguayas eran reticentes a personalizar el régimen.
En 1978, ascendió a Comandante en Jefe de Ejército y al grado de teniente general. Al año siguiente pasó a retiro por haber acumulado 8 años en el generalato.
En setiembre de 1981 los militares lo nombran presidente en reemplazo del anciano abogado Aparicio Méndez; también designado cinco años años por los uniformados y que concluía su mandato.
La designación de “El Goyo” Álvarez como presidente generó fuertes resistencias y tensiones en los cuarteles. Solo fue nombrado cuando se le impuso como condición quedar al margen de los planes para devolver el poder a los civiles. Fue la forma de empezar a minar el poder de Álvarez.
– La oposición en las calles –
Durante su mandato iniciado en setiembre de 1981 fue acusado de torpedear las negociaciones entabladas por los militares con los políticos para volver a los cuarteles.
En 1983 Uruguay desbordaba en protestas contra el régimen y “El Goyo” convocó a formar un partido que defendiera los postulados del “proceso”; eufemismo utilizado entonces para referirse a la dictadura. No tuvo el más mínimo eco.
Para su disgusto, la oposición fue ganando las calles con protestas cada vez mayores. Su mano dura respondía con detenciones y el cierre de medios de comunicación y llegó a la censura previa de contenidos.
El periodista Roger Rodríguez, que investigó profusamente los crímenes de la dictadura, lo definió como el “pequeño dictador”, por su baja estatura.
Lo describió como un obsesionado por controlar la información del Estado, “ambicioso” y “de mirada penetrante”. Cuenta además que se desplazaba en un Volkswagen escarabajo blanco junto a su perro Gran Danés.
Enemigo de los políticos, prefirió renunciar antes que entregar el poder a Julio María Sanguinetti; el líder del tradicional Partido Colorado que ganó las elecciones de noviembre de 1984 y que marcaron la restauración de la democracia.
Álvarez dejó su cargo el 12 de febrero de 1985, dos semanas antes de la asunción de Sanguinetti.