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El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, recibirá el sábado el premio Nobel en Oslo, un reconocimiento a su tenaz búsqueda de la paz para Colombia pese a la esquiva respuesta de sus compatriotas, que hace dos meses rechazaron en un referéndum el acuerdo con la guerrilla de las FARC.
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Seguro de que era “el mejor acuerdo posible”, Santos decidió someter su pacto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas) a refrendación popular el 2 de octubre. Pero, contra todo pronóstico, ganó el “No”.
Y para mayor sorpresa, cinco días después, la academia sueca anunció que le otorgaba el Nobel de la Paz.
A Santos, bogotano de 65 años, le critican por su frialdad y sus escasas dotes de comunicador. Pero también le reconocen una disciplina de hierro, autoridad nata y autocontrol ante las crisis.
“Es un político audaz, muy buen estratega”, apunta su cuñado y asesor Mauricio Rodríguez.
Según sus allegados, minutos después de perder el plebiscito, tuvo la claridad de “proteger el cese al fuego vigente con las FARC, llamar a la guerrilla a renegociar y exponer la mezquindad del (expresidente) Álvaro Uribe”, principal opositor al acuerdo de paz.
– Baja popularidad –
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Sin embargo para sus detractores, Santos, que carga con un índice de desaprobación del 59,5%, desconocía el sentir popular.
Planteó una renegociación del acuerdo para incluir algunas de las objeciones de sus opositores y lo sometió a refrendación del Congreso, donde tiene mayoría, que lo aprobó la semana pasada.
“El nuevo acuerdo no es legítimo. Los colombianos deben volver a las urnas”, insistió a AFP el expresidente Andrés Pastrana (1998-2002), insatisfecho aún con el nuevo texto.
Y aunque el proceso con las FARC se consolide, para la “paz completa” que el mandatario desea para “hacer de Colombia un país normal” aún debe sumarse el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última de las guerrillas surgidas en los años 1960 que protagonizaron, con paramilitares y agentes estatales, la cruenta guerra interna.
– El “traidor” –
Santos “tuvo la valentía de cambiar el rumbo”, dijo a AFP el jefe negociador del gobierno con las FARC, Humberto de la Calle, refiriéndose a la decisión del mandatario de negociar la paz al asumir en 2010, después de dirigir, como ministro de Defensa de su antecesor, Álvaro Uribe, la más feroz ofensiva contra las guerrillas.
Si hizo la guerra fue “como un medio para lograr” la paz, recordó Mauricio Rodríguez.
Reelegido en 2014, Santos no cejó en su empeño, a pesar de la dura oposición de sectores conservadores liderados por Uribe, que siempre lo consideraron un “traidor”.
Estaba convencido de que alcanzado un pacto con las FARC, los colombianos lo votarían sin dudarlo. Pero se equivocó.
“Tiene fama de calculador, pero paradójicamente fue un error de cálculo creer que el hastío de los colombianos con la guerra podía contrarrestar la fatal combinación del inmenso rechazo a las FARC y sus bajísimos niveles de popularidad”, comentó a AFP la periodista María Elvira Samper.
– Modernizador –
“Santos representa la modernización del país. Y terminar la guerra con las guerrillas es, en su concepción, una necesidad fundamental para ese objetivo”, opinó a AFP Mariano Aguirre, encargado del Programa Colombia del Centro Noruego para la Resolución de Conflictos (NOREF).
Quitar ese freno para el desarrollo ha sido el motor de su obstinación por la paz.
“Sé qué es lo correcto”, dijo Santos meses atrás a la AFP sobre su empeño para ver la luz tras la “horrible noche”, que ha causado 260.000 muertos, 60.000 desaparecidos y 6,9 millones de desplazados a lo largo de medio siglo.
Santos ha debido lidiar con su falta de carisma desde que dejó en 1991 el diario El Tiempo, entonces propiedad de su familia, para perseguir el sueño de la presidencia.
“No transmite emociones, pero no quiere decir que no las sienta. Es el mejor papá del mundo”, aseveró Samper, prima del mandatario, para quien su liderazgo “ni populista ni mesiánico” y “muy racional (…) no conecta con el país de hinchas que es Colombia”.
– En la estela de Roosevelt –
A este sobrino nieto del expresidente Eduardo Santos (1938-42), cadete de la Armada, con estudios de economía en Estados Unidos y Londres e incursión en la diplomacia y el periodismo, la paz con las FARC lo ha enfrentado a la élite con la que siempre se ha codeado.
Pero a él, que se precia de seguir el modelo de Franklin D. Roosevelt, el presidente estadounidense de origen acomodado que hizo reformas radicales, no le importará ser recordado como un “traidor a su clase”, según ha dicho.
Santos aseguró a la AFP no tener ambiciones políticas después de 2018, cuando prevé retirarse con su esposa, María Clemencia Rodríguez, madre de sus tres hijos, a esperar a los nietos para enseñarles a leer y a “comer los mangos más ricos del mundo” en su finca.
“No quiero convertirme en prisionero del poder”, resumió el hombre de la palomita blanca en la solapa.