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Hace poco, se necesitaban 10 horas y un largo rodeo lleno de obstáculos para ir del oeste al este de la ciudad siria de Alepo, pero para Hala y otros habitantes, bastó el sábado apenas media hora de trayecto.
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Estos alepinos estaban invitados a volver a ver sus casas, que habían abandonado debido a la guerra.
Por primera vez desde 2012, autobuses gubernamentales verdes atravesaron la línea del frente que dividió durante cuatro años la segunda ciudad de Siria, pasando de la parte gubernamental, al oeste, al exbarrio rebelde de Masaken Hanano, en el este.
La reanudación de estos trayectos regulares es posible tras la reconquista del 60% de la zona rebelde por el régimen del presidente Bashar al Asad, tras la ofensiva terrestre y aérea lanzada el 15 de noviembre.
“Hace años que no había visto mi casa”, explica a la AFP Hala Hasan Fares, acompañada por su marido y su hijo.
“Está totalmente incendiada, pero acabo de ver a mi padre, de 80 años” y que aún vive en el barrio de Haydariya, relata Hala.
“Se quedó con mis hermanas y otros miembros de nuestra familia” cuando en 2012 los combates escindieron la ciudad en dos, un año después de que estallara el conflicto en Siria.
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Tras la división, los alepinos siguieron pasando de una a otra parte de la ciudad, de forma intermitente, a través de un puesto de control en el centro.
Pero en 2014 la presencia de francotiradores emboscados obligó al cierre total de este paso.
Entonces, el único medio de llegar a Alepo-Este era un largo viaje en autobús privado a través de territorios controlados por el gobierno, por el grupo yihadista Estado Islámico y por grupos rebeldes.
Y, desde hace algunos meses, incluso este trayecto era imposible debido el asedio total impuesto por el régimen en torno a los barrios rebeldes.
– Volver a casa –
El sábado al menos diez autobuses gubernamentales, todos repletos, llevaron a los habitantes hacia Masaken Hanano, desde donde se dirigieron a otros barrios.
Algunos portaban en el parabrisas la efigie de Asad, la bandera siria o la del aliado ruso.
Durante el viaje, los pasajeros buscan con la mirada lugares reconocibles. A veces, la magnitud de las destrucciones les provoca una reacción de horror.
Restos de vehículos, volcados y calcinados, bordean la calle, salpicada de cráteres horadados por las bombas.
Sin embargo, “es el más agradable de los viajes” asegura Hala, en uno de los primeros autobuses en llegar.
Al bajar del vehículo, se escucha el fragor de los combates en Alepo-Este.
“Me alegro tanto por esta gente”, comenta el chófer del autobús, Abdalá al Ali. “Siento su felicidad. Estaban tan impacientes de subir al autocar, de pie o sentados, para ir a ver sus casas”, relata.
Pero, para algunas familias la alegría dura poco, pues constatan, aterradas, los daños que han dejado los combates: fachadas de edificios arrancadas, vidrios destrozados, interiores quemados, dañados o saqueados.
Zonas enteras de la antaño capital económica de Siria han quedado devastadas por la guerra, que ha dejado más de 300.000 muertos y obligado a más de la mitad de la población a huir de su hogar.
“Esta foto de mi sobrina es lo único que he encontrado”, cuenta Um Yahya, tras una visita a su casa, con su hermano y su marido. “Es algo tan valioso para nosotros”, murmura.