0 of 2
Luis Monteagudo, un viejo y curtido soldado cubano, recibió dos golpes en su vida, de esos que “no te dejan ni pensar”: el primero cuando asesinaron en Bolivia a Ernesto ‘Che’ Guevara en 1967 y el otro el viernes, con la muerte de Fidel Castro.
PUBLICIDAD
‘Monte’ para amigos y vecinos, disimula la emoción ajustando su prótesis auditiva, y mira con ojos vidriosos: “el golpe ha sido tan anonadante que no te deja ni pensar”, dice en su casa de Santa Clara, poco antes de la llegada de la caravana que traslada las cenizas de Fidel desde La Habana a Santiago de Cuba.
Negro, como casi todos los combatientes que acompañaron al Che a la guerrilla de la ahora denominada República Democrática del Congo en 1965, con la misión de ayudar a la liberación de esa nación africana, Monteagudo siente la ausencia de sus dos jefes: “Fidel todavía nos hace falta, como nos hace falta el Che”.
Hombre de misiones especiales y secretas, fue uno de los más de 100 cubanos que acompañaron al Che en la guerrilla congoleña durante ocho meses en 1965, la “historia de un fracaso”, tal como describe el propio Che en su ‘Diario del Congo’, en el que cuenta el intento fallido de exportar la guerra revolucionaria a ese país. Ninguna nación de América Latina ha tenido nunca tal movilización en otro continente.
Fue un infierno para Guevara, cuenta en su diario. También para Monteagudo. El tronar de los cañones de 65 mm que disparaba afectó sus oídos para siempre.
Ahora este hombre huesudo de 78 años y mente clara se dispone a despedir al ‘Comandante’, quien murió el viernes en La Habana a los 90 años y cuyas cenizas serán sepultadas el domingo en Santiago de Cuba, tras peregrinar por 13 de las 15 provincias cubanas.
– Fidel, transmisor de fe –
PUBLICIDAD
Sentado en su modesta y pequeña casa, Monteagudo recuerda cuando conoció a Fidel, en los días que se entrenaba en secreto en tres campamentos de Pinar del Río, en el occidente de Cuba.
“Nos visitaba semanalmente y entrenaba con nosotros”, dice. “De Fidel impresionaba la fe con que te hablaba y era capaz de contagiarte”, era “capaz de trasmitírselo a sus subordinados”.
Monteagudo evoca las habilidades en el tiro de Fidel y cuando les aseguró que tendrían un jefe “mejor que él”. Solo después de llegar al Congo y verlo supieron quién era. Se trataba del Che.
Luchador contra la dictadura de Fulgencio Batista en 1958, se unió a la tropa del Che cuando éste liberó su natal Cabaiguán, en el centro de la isla. Su vida se ligó para siempre a la revolución.
A su regreso del Congo fue designado profesor de tiro y armamento en “campos especiales” en Cuba. ¿Sus alumnos? Futuros guerrilleros latinoamericanos y africanos.
La muerte del Che lo sorprendió fuera de Cuba, esta vez en la República del Congo donde entrenaba guerrilleros angoleños del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA), para apoyar el movimiento independentista en este país africano, entonces colonia portuguesa.
Ahora Monteagudo espera a Fidel y al reencuentro póstumo de sus dos jefes en Santa Clara. Nunca los vio juntos.
Santa Clara tiene carga con mucho simbolismo en la historia de la revolución cubana. Es la ciudad que el guerrillero argentino-cubano liberó en diciembre de 1958 en una histórica batalla y donde ahora descansan sus restos.
Al viejo soldado le gusta rimar versos, “décimas”, dice en referencia a las cuartetas que cantan los campesinos cubanos. Con ella cuenta sus historias épicas y le canta a sus héroes. Todavía no pudo hacerle una a Fidel: “La consternación no me lo ha permitido”.