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Tres semanas después de su elección, Donald Trump se mantiene fiel a su estilo de campaña y a diario sorprende con sus tuits, pero ahora es presidente electo de la primera potencia mundial y sus gestos son examinados con lupa.
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Le encanta el estilo lapidario (140 caracteres) tan típico de Twitter, la red social que reúne más de 300 millones de usuarios activos a través del mundo.
Un día denuncia sin pruebas “fraudes masivos” tras los comicios; otro sugiere, a contracorriente de las decisiones del Tribunal Supremo, encarcelar a quien queme la bandera estadounidense.
Y, cada vez, surgen las mismas preguntas: ¿es acaso una verdadera propuesta política? ¿Planea legislar, o reformar la Constitución? ¿O se trata de un chiste, de una indignación pasajera, de un golpe político para mantener a sus votantes en vilo?
Para los periodistas, la gran pregunta es qué importancia asignar a esos tuits coléricos que, a veces, se hacen incluso difíciles de defender o sostener por su propio equipo. ¿Hay que ignorarlos o asignarles importancia? El debate despierta polémica en las redacciones.
El exconsejero de Barack Obama David Axelrod ve un señuelo, de temible eficacia, que evita que se le preste atención a la “verdadera historia”: la formación caótica de sus equipos desde la Torre Trump de Nueva York, convertida en el epicentro de la vida política estadounidense.
Sin embargo, es difícil ignorar esos mensajes enviados a sus más de 16 millones de seguidores, sobre todo porque, desde que ganó a Hillary Clinton, el empresario no ha dado ninguna rueda de prensa.
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– ¿Contención? –
Con un estilo muy diferente al de Barack Obama, Trump, que carece de experiencia política, diplomática o militar, rompe con todos los códigos.
Tras la muerte del padre de la Revolución cubana, un asunto diplomático sensible para Estados Unidos, el magnate articuló su respuesta en tres tiempos.
Horas después del primer “¡Murió Fidel Castro!” que lanzó en Twitter, Trump denunció en un comunicado el recorrido de un “dictador brutal que oprimió a su propio pueblo”.
Dos días más tarde, amenazó, siempre a través de Twitter, con poner fin al deshielo con Cuba si el régimen comunista no opera cambios profundos.
En su campo, algunos pierden la paciencia. El senador republicano Lindsey Graham desafió el martes al presidente electo y le pidió que probara sus acusaciones de fraude electoral lanzadas en una cascada de mensajes lapidarios.
“Si cree realmente que millones de personas votaron ilegalmente, debería presentar prueba de ello, ya que si no su opinión es sólo una más entre otras. Y, si no hay pruebas, ¡deténgase!”, clamó.
Exasperado, la figura republicana del senado John McCain simplemente advirtió a los periodistas de que no respondería más a las preguntas sobre las declaraciones de Trump…
Preocupada por llevar a cabo una transición con suavidad, la administración Obama evita criticar de forma directa las propuestas que llegan del campo de Trump.
El portavoz presidencial, Josh Earnest, comenta con ironía el modo de comunicar del magnate inmobiliario. “Dejo que el presidente electo y su equipo expliquen las palabras que rellenan el hilo de actualidad de Twitter…”, lanzó esta semana.
En su editorial de este miércoles, el diario The New York Times, calificado tanto de “deshonesto” como de “joya estadounidense” por Donald Trump, criticó la manera en la que este último degrada la palabra presidencial.
“Tuitea, provoca, trolea. Maneja una amplia plataforma. Pero, hay que decirlo y repetirlo: eso no es normal. Eso rebaja a la presidencia”, estimó el periódico.
Este miércoles, en momentos en el que el banquero de Wall Street Steve Mnuchin anunciaba su nombramiento como futuro secretario del Tesoro, Donald Trump tuiteaba que próximamente dejaría de lado sus negocios inmobiliarios.
Todo ello sin dar mayores detalles sobre el plan elegido para hacerlo.
Pasados los tiempos de la campaña y de la transición, vendrá, a partir del 20 de enero, el momento del Despacho Oval.
“Me voy a contener” en las redes sociales, aseguró Donald Trump en una entrevista concedida después de su elección.
Muchos estadounidenses, ya sean militantes feroces o detractores virulentos del orador populista, dudan de ello.