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Los habitantes de Mosul, desesperados por la escasez de comida

Un saco de arroz casi vacío es lo único que le queda a Racha de las provisiones que había almacenado para su familia, bloqueada en la ciudad iraquí de Mosul, donde los combates hacen estragos.

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“No sé qué pasara cuando se acabe. Quedamos en manos de Dios”, suspira.

Junto a ella, Yunes, su hijo de cinco años, juega con un arma de plástico fabricada por su padre.

A una manzana de allí, en el barrio de Aden, las fuerzas especiales iraquíes avanzan, calle a calle, para intentar expulsar a los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) de esta gran ciudad del norte del país, convertida en su bastión en 2014.

Racha, su marido y sus tres hijos forman parte de los miles de habitantes de los barrios reconquistados por las tropas gubernamentales, en el este de la ciudad.

La ONU esperaba que hasta 200.000 personas huyeran de Mosul una vez desatada la ofensiva a mediados de octubre, pero por el momento sólo se han ido 70.000 civiles.

Los que se quedaron, a menudo por miedo, están en peligro y pasan miseria.

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“Tres obuses de mortero ya alcanzaron nuestro tejado”, declara Racha. “Tengo mucho miedo por mis tres hijos”, admite.

– Toque de queda –

La electricidad está cortada y el agua potable empieza a escasear. Otro tanto pasa con el gas, tan necesario para calentar las casas, sobre todo por la noche, cuando las temperaturas del exterior bajan de cero.

No hay manera de abastecerse de víveres. La familia está a expensas de los sacos de pan y paquetes de agua que las unidades de élite iraquíes distribuyen de vez en cuando.

Pero aventurarse en el frente para intentar llegar a los campamentos de desplazados de los alrededores de la ciudad es peor aún, si cabe, que vivir en condiciones precarias en su interior.

“Al menos tenemos un techo”, afirma resignada Racha.

Para las organizaciones humanitarias, es prioritario tener acceso a la población de los barrios bajo control del ejército.

La ONU ha logrado suministrar alimentos a unas 37.000 personas, pero sólo en la periferia del este de esta ciudad asediada.

“Nuestros dos grandes desafíos son la seguridad y el acceso”, recalca Inger Marie Vennize, una portavoz del Programa Mundial de Alimentos (PAM) en Irak.

“Estamos muy preocupados porque sabemos que la gente necesita ayuda alimentaria”, destaca.

Las ONG no paran de pedir a las fuerzas iraquíes la apertura de corredores humanitarios, o autorización para el lanzamiento por aire de productos de primera necesidad. En vano.

Hay poco margen de maniobra, contestan los militares.

Los yihadistas “usan coches bomba y kamikazes, utilizan civiles como escudos humanos, eso nos complica las cosas”, explica un comandante de las unidades de élite antiterroristas, Maan al Saadi.

El jueves, el ejército decretó un toque de queda en los barrios bajo su control y prohibió la reapertura de comercios y el regreso de los habitantes a sus casas.

Antes quiere verificar las identidades de las personas que viven en las zonas reconquistadas para distinguir entre residentes y miembros del EI.

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