Los moldavos votaban este domingo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, en las que se enfrentan el candidato prorruso Igor Dodon y la candidata proeuropea Maia Sandu.
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Por primera vez desde 1997, el jefe de Estado será elegido por sufragio universal, en esta exrepública soviética, uno de los países más pobres de Europa.
Las oficinas de voto abrieron a las 05H00 GMT en este país de 3,5 millones de habitantes, que atraviesa una profunda crisis política desde la revelación de un gigantesco fraude bancario el año pasado.
Cerrarán a las 19H00 GMT, pero no se realizará ningún sondeo a pie de urna y habrá que esperar a las 08H00 GMT del lunes para tener los primeros resultados, según la Comisión Electoral.
Unos 3.200 observadores moldavos y 562 extranjeros acudieron a los 2.000 colegios electorales del país en la primera vuelta y podrán vigilar la segunda ronda si así lo desean, según la Comisión.
En la primera vuelta del 30 de octubre, Dodon, líder del Partido Socialista y exministro de Economía en un gobierno dirigido por comunistas, logró más del 47% de los votos, quedando muy cerca de los 50% más un voto necesarios para la victoria.
La proeuropea Maia Sandu, exministra de Educación, que trabajó para el Banco Mundial, obtuvo por su parte el 38% de los sufragios.
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En la segunda vuelta, el candidato que obtenga la mayoría de los votos ganará.
Los comicios en ese país situado entre Ucrania y Rumanía se enfrentan a los partidarios de un acercamiento a Rusia y los defensores de una integración en la Unión Europea.
“La vida se volvió insoportable en Moldavia, destruimos la relación con Rusia y perdimos el acceso a un enorme mercado” desde la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea en 2014, denunció Dodon antes de las elecciones.
El pacto con la UE permitió la apertura progresiva del mercado europeo para los productos moldavos, pero suscitó el enfado de Moscú, que impuso enseguida un embargo sobre las frutas y la carne moldavas, castigando a una población que vive sobre todo de la agricultura.
Desde el escándalo bancario de 2015, se han sucedido tres gobiernos proeuropeos en el poder, sin lograr calmar el descontento de una población que considera a su clase política ampliamente corrompida.