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El reto de la reconciliación entre sunitas y chiitas iraquíes cerca de Mosul

“Todo está anulado”: el fracaso de un proyecto de oración conjunta entre fieles chiitas y sunitas en Al Shurah, un antiguo bastión yihadista al sur de Mosul, ilustra la dificultad de la reconciliación entre las comunidades en Irak.

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La ciudad, situada a 35 kilómetros al sur de Mosul, fue durante años un bastión de la insurrección liderada por los yihadistas de Al Qaida contra Estados Unidos, antes de convertirse en un feudo del grupo Estado Islámico (EI).

Pero, menos de dos semanas después del inicio de su ofensiva para retomar Mosul de manos del EI, las fuerzas iraquíes reconquistaron Al Shurah.

“Sólo unos 40 combatientes defendían Al Shurah, destruimos tres coches bomba conducidos por kamikazes y los demás huyeron”, cuenta un oficial de la División de Intervención Rápida del ministerio del Interior.

Desde entonces, la localidad, que albergaba a un millar de familias antes de los combates, se convirtió en una ciudad fantasma donde el silencio sólo se ve interrumpido por el rugido de los motores de los vehículos blindados de la policía, que rodea la mezquita Abrar.

“Vinimos aquí para asistir a una oración unificada, que reunirá a fieles sunitas y chiitas, codo con codo, bajo la protección de la policía. Es la primera vez desde la reconquista de la ciudad que se va a celebrar una oración. Esto, antes, era la capital de los terroristas”, explica el general Shaalan Ali Sadr, comandante de una unidad motorizada de la policía iraquí.

Pero la ceremonia tuvo que ser anulada, porque no lograron traer a un alto responsable religioso sunita a la ciudad.

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Más allá de la liberación de Mosul, la reconciliación entre chiitas y sunitas es el mayor desafío en Irak.

La caída de la segunda ciudad del país en manos de los yihadistas se vio facilitada por la marginación de la comunidad sunita.

Salvo los numerosos policías iraquíes, que ondean banderas en honor del imán Ali sobre sus vehículos, no hay ningún chiita a la vista y sólo un puñado de sunitas reunidos en torno a alguna personalidad local, que no acudieron para rezar.

– Incendios nocturnos –

“Las fuerzas de seguridad vinieron a buscarnos a los pueblos donde habíamos huido de los combates. Creíamos que nos dirían cuándo podríamos volver a casa”, dice Ahmed. “Todavía no recibimos ayuda de nadie, tenemos que beber agua contaminada”, declara.

Las entradas de los pueblos están vigiladas por puestos de control establecidos por policías y los miembros del Hachd al Shaabi (Unidades de Movilización Popular, una coalición dominada por milicias chiitas apoyadas por Irán).

“El verdadero problema son las casas incendiadas. No durante la batalla, sino ahora. Yo mismo, no sé si mi casa está intacta o en ruinas”, lamenta Ali.

Cerca de la mezquita, varias casas de fachadas y tabiques ennegrecidos fueron presas de las llamas en los últimos días, sin ninguna señal de combate.

La mayoría de los habitantes callan, visiblemente asustados, cuando se les pregunta por la identidad de los incendiarios. Sólo uno de ellos se atreve a hablar, alejándose de los demás: “Son los hombres de las milicias, acuden por la noche, con la complicidad de algunos policías que los dejan pasar. Y lo peor es que las casas incendiadas no son las de los miembros del EI, sino las de gente inocente”.

Unas acusaciones sin fundamento para el general Raed Shaker Jawdet, comandante de la policía implicada en la operación. “El alto mando dio instrucciones muy claras para prohibir cualquier acto contra los civiles. Es el enemigo quien tiene costumbre de incendiar sus posiciones antes de huir”.

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