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Los conservadores republicanos, preocupados por el partido en caso de derrota de Trump

La clase obrera más conservadora de Pensilvania percibe en Donald Trump a un salvador que puede devolver a Estados Unidos los empleos deslocalizados y revolucionar Washington, pero teme seriamente por el futuro del partido Republicano si el candidato pierde.

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Los hombres y mujeres que viven en las localidades industriales de Pensilvania (este) y otros estados mineros e industriales fueron catalogados por Barack Obama en 2008 como estadounidenses “amargados” que están aferrados a “las armas o la religión”.

Ocho años después, y con la carrera hacia la Casa Blanca en su tramo final, el desaire sigue fresco en el ánimo de muchos en las áreas rurales del estado, quienes se sienten cada vez más ajenos a las decisiones que se toman en Washington.

Trump es para ellos el provocador magnate inmobiliario que golpeó en el rostro a la clase política con una confrontativa campaña electoral de 18 meses, en la que venció a 16 candidatos republicanos.

Al actuar así produjo un abismo entre los líderes republicanos y millones de militantes de base.

Si Trump vence el 8 de noviembre, el partido será suyo, una apabullante toma del poder político que podría cambiar durante décadas el paisaje del conservadurismo estadounidense.

Si pierde, a los republicanos les espera el desafío de reconstruir el partido y curar las heridas.

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Algunos seguidores de Trump contemplan abiertamente la posibilidad de que el partido desparezca y creen que muchos que trabajaron por la antigua estrella televisiva podrían abandonar el partido.

“Dudo de que vayan a querer volver al redil”, dijo el viernes a la AFP Ken Bleistein, de 66 años, en un concurrido mitin en Hershey, Pensilvania, cuando faltan cuatro días para las elecciones.

Este jubilado sostuvo que no le “sorprendería” que los seguidores más conservadores de Trump -contrariados con dirigentes como Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, que le dieron la espalda al controvertido candidato- huyan cuando el partido intente reafirmar su control sobre un rebaño descontento.

Pensilvania como tal se siente particularmente ofendido. El estado perdió muchos empleos industriales y su tasa de desempleo es más alta que la media nacional.

Ningún candidato presidencial republicano ha ganado en el estado desde 1988. Sus áreas rurales son abrumadoramente conservadoras, pero la mayoritariamente demócrata metrópoli de Filadelfia ha crecido.

Entre las decenas de votantes entrevistados en Hershey, todos manifestaron en diferentes grados su indignación con el partido Republicano por negarse a apoyar enteramente a Trump o por no cumplir con promesas como la de revocar la reforma de la salud de Obama cuando tuvieron mayoría en el Congreso.

– ¡’Revolución!’ –

“Se desplazaron hacia el centro, pactaron y eso inquietó a la masa conservadora”, afirma Roger Springer, de 67 años, en la apropiadamente denominada Cena del Sueño Americano en Harrisburg, la capital de Pensilvania.

“Siento que tenemos que volver a nuestros principios y sacar la cara por aquello que creemos que es correcto”, sostiene Springer, quien forma parte de una cooperativa de cultivadores de patatas. Dice que Trump es el hombre adecuado para hacerlo.

Springer cree que los llamamientos a una revolución y a la horca por parte de furiosos manifestantes conservadores son totalmente exageradas. “Pero decididamente esto tendrá consecuencias en el partido”, señaló.

“¡Habrá una revolución!”, insistió el constructor de mampostería Wayne Hess, de 56 años, mientras hablaba con otros seguidores de Trump en Hershey. Pero aseguró que el partido se mantendría unido. “Si eres republicano, no abandonas a los republicanos”, agregó.

“Estoy hablando de que nos devuelvan el país. Cueste lo que cueste. Votar no funciona”, explicó. Hess cree que la revolución que anuncia “consistirá en grandes concentraciones y protestas”.

Nathaniel Valentin, de 20 años, también cree que el cambio ya estaba en marcha, pero no a través de una insurrección armada, sino a través de las hojas de votación.

“Realmente comenzará con nosotros,” dice. “O bien lo echan a un lado y dicen que es una usurpador, o juntos lo lograremos”, opina.

– ¿Sanar al partido? –

Indignados, y con un débil compromiso con los principios conservadores tradicionales, muchos republicanos hablan abiertamente sobre abandonar el partido debido a que los dirigentes no aceptan a Trump.

Un seguidor de Trump, el fiscal Jerry Tarud, de 50 años, no cree sin embargo que un éxodo masivo sea inminente.

Pero un sentimiento colectivo de pérdida y victimismo podría empujar a los entusiastas de Trump a dividir al partido y dañar sus posibilidades de ganar la presidencia en el futuro, afirma Saladin Ambar, jefe del departamento de ciencias políticas en la Universidad de Lehigh.

“Quizás no muera y desaparezca como los Whigs”, dijo, en referencia al partido de corta vida del siglo XIX. “Pero podría morir como partido relevante en una elección nacional”, consideró.

La jefa de campaña de Trump, Kellyanne Conway, se negó a considerar la eventualidad de una derrota. Declaró a la AFP que el candidato “ha hecho su trabajo para unificar al partido”, mucho más que los republicanos que se han negado a apoyarlo.

Respecto de los conservadores que pueden estar pensando en abandonar el partido, dijo: “No deberían hacer eso”, afirmó. “No hay un lugar cómodo para ellos en el partido Demócrata”, sentenció.

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