Y aunque tiene solo 819 seguidores en Facebook, es una rara avis al mostrar que en su nación sí existen jóvenes interesados en la moda, en el mundo, en el arte y en hallar la belleza en su atuendo. Todo, a pesar de las condiciones que impulsan a muchos de sus compatriotas a lanzarse en balsas o a irse en penosas travesías para huir de un régimen aplastante. Él y la revista Garbos (para la que ha posado y para la que trabaja), quizás son otros de los símbolos de un grupo que muestra cómo, a pesar de todo, pueden existir industrias creativas en Cuba y cómo pueden expresarse, incluso a través de editoriales en moda.
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De todos modos, Miguel es uno de los pocos cubanos (y quizás personas en el mundo) que puede lucir un look entero de Paco Rabbane y Adidas. Uno de los pocos cubanos a quien el régimen del abuelo de su amigo no ha perseguido por ser como es. Uno de los pocos que muestran una Cuba que necesita encontrarse a través de lo que quiere proyectar y de lo que realmente es, más allá de un desfile que parecía un cuento simbólico metido en una realidad que no toca a muchos de los cubanos que hoy ven con tristeza, alivio o resignación la muerte de quien les dictó incluso cómo vestirse, por más de cincuenta años.
El nieto de Fidel y sus contemporáneos muestran que en Cuba sí hay moda. Una que muestra las grietas del régimen ideológico que impuso su abuelo y el contraste simbólico e irónico de la vida de muchos cubanos de a pie.